PASCUA DE RESURRECCIÓN

PASCUA DE RESURRECCIÓN

 

FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN

 

El detalle histórico clave en el relato de la resurrección de Cristo - EL LIBERAL

 

ALELUYA, ALELUYA, ALELUYA

 

Carta Pastoral del cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid: «La Pascua de los discípulos»

La  Pascua de los discípulos
1. Pascua de Resurrección
La Resurrección del Señor es la fiesta más importante que celebramos los cristianos a lo largo del año. La preparamos con cuidado durante la Cuaresma, buscando una conversión más sincera. Cuando llega el Domingo de la Pascua de Resurrección, lo acogemos con una alegría nueva, hasta el punto de que lo hacemos juntos con solemnidad y festivamente, sacando lo mejor de nosotros mismos.
Ahora, ya en marcha, vivimos con intensidad la presencia viva del Resucitado en nuestras vidas, lo señalamos y lo desvelamos juntos. Es por eso que estas líneas pretenden hacernos caer en la cuenta de este momento y, al tiempo, ser unas modestas pistas para reflexionar personalmente y compartir en nuestras comunidades y en los órganos sinodales que estamos impulsando como consejos, coordinadoras de pastoral o delegaciones. Son pistas que bien nos pueden preparar  para acoger las líneas de los próximos cursos, pues quieren apuntar las bases de nuestra identidad como discípulos resucitados en Cristo y convocados a la misión en la concreción delhoyy en la realidad diocesana. 
2. La Pascua se celebra: escuchar la Palabra
Como siempre, la liturgia expresa la vida del cristiano. Por eso, cuando empezábamos la liturgia de la Vigilia Pascual, a la luz del cirio, que es la luz del Señor Resucitado, fuimos leyendo en la liturgia de la Palabra todo lo que Dios ha hecho por nosotros a lo largo de la historia. Se nos recordó que Dios no nos somete, nos libera; no nos obliga, nos ama; no nos quita nada ni nos priva de nada bueno, nos hace grandes regalos.
Además, Dios, en el amor que nos tiene, siempre va más allá de nuestra lógica, siempre nos sorprende. Desde el principio tenía ya pensado el mejor regalo. Dice el evangelio de san Juan: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). Esa es la Buena Noticia.
3. La Pascua se acoge: entrar en la corriente
salvadora del Amor 
En la Carta a los Romanos san Pablo nos explica cómo es la relación entre Jesús, muerto y resucitado, y los que nos bautizamos en Él. No es que nos hagamos seguidores de una doctrina o partidarios de una moral. Es que Jesús nos une a Él de tal modo que hace que lo que le pasa a Él nos pase a nosotros. Es una relación personal, nueva y profunda. «¿Es que no sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rom 6, 3-4).
A veces nos cuesta entender que la pasión, la crucifixión y la muerte de Jesús como si fuera un malhechor hayan sido para nuestra salvación. Cuando recitamos el credo lo decimos de forma intensamente breve: fue crucificado, muerto y sepultado. Pero no es que un hombre, con su muerte, haya aplacado la ira de un Dios ofendido. Es más bien que Dios, en su amor, ha tomado la iniciativa de reconciliarnos con Él cueste lo que cueste, aun atravesando con amor lo que pocos han sabido afrontar: el sufrimiento y la muerte. Así Jesús lo hace: nos muestra sus sentimientos, nos revela cómo es Dios verdaderamente, nos manifiesta su misericordia. Pone todo su empeño en buscar a los pobres, los excluidos, los pecadores, que son los preferidos de Dios, y en identificarse con ellos; por eso confunde y deja sin palabras a los que estudian la Ley, la comentan, pero no la cumplen. Jesús ama a su Padre y solo busca realizar su voluntad, aunque esa amorosa obediencia le cueste la vida.
4. La Pascua se vive: renovar el Bautismo 
El Bautismo tiene etimológicamente ecos de lo que significa sumergir en griego (cf. CEC, 1214). Es un nuevo comienzo, pero no solo eso. Expresamos sacramentalmente que es la misma persona en toda su dimensión la que se sumerge en el agua, y por tanto en el mismo Cristo para recibir la vida nueva, el perdón de los pecados y resplandecer con la luz divina. (cf. Tertuliano, Sobre la resurrección de los muertos).
Es por eso que cada Pascua es un tiempo nuevo, una ocasión para renacer de nuevo y sacar de la fuente del Bautismo el agua nueva para cada momento de la vida. Además, renovamos que, por medio del Espíritu Santo, el Bautismo nos sumerge en la muerte y resurrección del Señor, ahogando lo viejo de nuestra vida, el pecado que nos aleja de Dios y por eso nos abrimos al hombre nuevo de la mano de Jesús. Así cada Pascua es un paso más en el camino del discipulado. 
5. Conocer, admirar, seguir a Jesús
A medida que vamos conociendo a Jesús, le admiramos cada vez más y nos sentimos atraídos por Él. Deseamos vivir su vida, seguros de encontrar así una felicidad que jamás hubiéramos podido imaginar. Y el Espíritu Santo nos lo concede. Vivimos unidos a Jesucristo, a su fidelidad, a la voluntad de Dios. Le entregamos nuestra libertad y nuestra voluntad. Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte y a su gloria. «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rom 6, 4).
La muerte y la sepultura, así como la vida nueva, se hacen visibles al desplegarse con toda su fuerza los ritos bautismales. Los que van a ser bautizados son invitados a manifestar con libertad y firme convicción su renuncia al pecado que, por oponerse a la voluntad de Dios, impide el crecimiento humano. Se les invita también a proclamar su confianza y su fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos reúnen como familia suya. La sepultura con Cristo, igual que la vida nueva, son representados en la inmersión y en la salida del agua.
En la celebración de la Vigilia Pascual es toda la comunidad, que se ha venido preparando para este momento a lo largo de la Cuaresma, la que renueva personalmente su conversión bautismal, proclama la fe y revive su compromiso de testimoniarla con sinceridad y gozo. 
«Verdaderamente ha resucitado». Es la profesión que hacemos cada Pascua y que supone ahondar en la primera confesión que se hace en el Bautismo.
6. El Bautismo nos coloca en una vocación
Cada bautizado recibe una vocación. El Espíritu Santo nos acompaña para descubrirla y nos capacita para vivirla. Decía san León Magno (390-461): «A través del Bautismo somos adoptados como hijos de Dios y recibimos el Espíritu Santo, que nos capacita para vivir como verdaderos discípulos de Cristo.
Cada uno de nosotros, independientemente de nuestra posición en la sociedad, tiene la responsabilidad de vivir según los mandamientos del Señor y de difundir su Evangelio en el mundo».
En esta etapa de la vida diocesana pretendemos abrirnos de forma especial a redescubrir y ahondar una de las vocaciones de nuestra Iglesia, que es la vocación laical. En momentos posteriores iremos ahondando en otras, pero en esta ocasión pretendemos centrarnos en ello. El laicado tiene una entidad propia y singular desde el mismo Bautismo, y así queremos acogerlo y ver qué consecuencias tiene en la vida de las parroquias y comunidades. Al estar llamado por el Señor, intentaremos redescubrir esta llamada en cada comunidad.
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y DE GRUPO
¿Qué podemos hacer en la parroquia o en la comunidad 
para ahondar en el sentido y en la identidad del laicado?
Un laico es una persona que forma parte del pueblo de Dios por su Bautismo. Bautismo y vocación cristiana van de la mano y conducen, así trenzados, a vivir una vida de fe, amor y servicio. Es un pozo hondo de agua refrescante en el que, en todo momento de la vida, pase lo que pase, podremos recuperar la fuerza de nuestra identidad como hijos e hijas de Dios y así refrescar nuestra responsabilidad de servir con el amor de Cristo al mundo que nos rodea. En este sentido, el Bautismo marca el inicio de nuestro viaje de fe, mientras que la vocación cristiana nos guía en el camino hacia una vida plena y significativa en Cristo. Por eso, cada laico bautizado comparte la responsabilidad de llevar a cabo la misión de la Iglesia en el mundo, desde su comunidad hacia cada diócesis, en comunión con la Iglesia universal. 
La especificidad de la vocación laical también se expresa desde el Concilio Vaticano II en la constituciónLumen gentium (31, 34 ss.), en el decretoApostolicam actuositatem y en otros documentos del magisterio, comoChristifideles laici. Estos pueden ser buena materia de lectura en grupos o en nuestras comunidades. Subrayan que los laicos son llamados a vivir su fe en medio de las realidades temporales, como son la familia, el trabajo, la política, la cultura y la sociedad en general. Su papel es fundamental para la evangelización y la transformación de las estructuras sociales a la luz del Evangelio.
Ser cristiano es ser ungido como Cristo, ser crismado como proclama Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-21). Eso significa valorar y cuidar esa unción profunda del Espíritu. En estos momentos concretos de la vida de la Iglesia en Madrid, creo que profundizar en este aspecto es prioritario.
Hemos de apoyar al laicado para que acoja su ser en Cristo y siga desgranado su significado desde la identidad que le es propia. «Si bien se percibe una mayor participación de muchos en los ministerios laicales, este compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico» (EG, 102).
Eso demanda seguir creciendo en el discipulado y en la llamada a la santidad mediante la vida sacramental, la escucha de la Palabra, el ejercicio de las virtudes teologales y una vida siempre abierta al Espíritu Santo y comprometida con la realidad. Eso conduce a implicarse en la vida discipular y misionera del seguimiento de Cristo en la vida familiar, en la profesional, en el plano social, político, económico y cultural. Pero siempre como parte de la Iglesia. Se trata de integrar tres realidades: Cristo, Iglesia y sociedad. Son los ejes en los que se han de expresar la condición bautismal del laicado: discípulo de Cristo, miembro corresponsable de la Iglesia-comunión desde los diversos ministerios, oficios y funciones, y constructor del Reino de Dios desde la coherencia y la santidad de vida. Para todo ello, la formación constituye un desafío pastoral de primer orden diocesanamente (cf. EG, 102).
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y DE GRUPO 
¿Cómo crecemos en cada uno de estos ejes: 
Cristo, Iglesia y sociedad?
¿Cómo me ayuda mi comunidad a profundizar en ellos? 
¿Conozco lo que la diócesis me propone para crecer 
como laico? 
7. Somos el cuerpo de Cristo y el pueblo que Él ha constituido 
Todos somos llamados pero no para ir en solitario. El Señor nos llama para formar parte de su pueblo y para estar siempre en Él. Los bautizados somos muy diferentes unos de otros, pero estamos todos unidos a Jesucristo por el Bautismo. Somos un pueblo en marcha, una comunidad viva, activa, que nos dejamos guiar, alimentar y sostener por Cristo, que es quien nos conduce. Sin esa relación personal, perderíamos la corriente de vida que nos llega del Señor y no podríamos sobrevivir. Necesitamos conocer, meditar y practicar su Palabra; necesitamos que nos alimente el Pan de vida bajado del cielo; necesitamos que su cercanía y su compasión impulsen nuestra audacia y creatividad para servir a los pobres.
Pero este pueblo no se agota en nuestras comunidades cristianas o parroquias.  La diócesis es la comunidad eclesial básica de comunión. El Concilio Vaticano II enfatizó la importancia de fortalecer la vida y la misión de las diócesis como comunidades locales de fe. La experiencia misionera nos va haciendo acogerla y reforzarla desde la experiencia de que «no todos podemos hacer todo», sino que es la única misión la que nos une. Tal participación encuentra su primera y necesaria expresión en la vida y misión de las Iglesias particulares, de las diócesis, en las que «verdaderamente está presente y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa católica y apostólica» (ChL, 25).
No podemos olvidar que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenecen a todo el pueblo de Dios (cf. LG, 4-14) y no solo a unos pocos. Es por ello por lo que intentamos dar pasos que nos alejen del llamado clericalismo que tanto ha subrayado el Papa Francisco y que «lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos».
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y DE GRUPO 
¿Cómo participamos y reflejamos la vida de la diócesis en nuestra comunidad o parroquia? ¿Cómo podemos crecer en comunión? 
8. Pueblo que camina en sinodalidad
Somos una Iglesia que camina a ritmo de sinodalidad. «La sinodalidad expresa la condición de sujeto que le corresponde a toda la Iglesia y a todos en la Iglesia. Los creyentes sonsýnodoi, compañeros de camino, llamados a ser sujetos activos en cuanto participantes del único sacerdocio de Cristo y destinatarios de los diversos carismas otorgados por el Espíritu Santo para el bien común. La vida sinodal es testimonio de una Iglesia constituida por sujetos libres y diversos, unidos entre ellos en comunión, que se manifiesta en forma dinámica como un solo sujeto comunitario» (Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida de la Iglesia, 55).
El término «sinodalidad», sobre el que ahora estamos fijándonos tanto, no es una moda teológica, sino un modo de ser Iglesia que tiene que ver con rasgos identitarios básicos como comunión, participación y misión. Si esto ocurre, perderá toda su fuerza renovadora y conseguiremos etiquetar como sinodal a cualquier cosa de las que ya estamos haciendo.
No será creíble una sinodalidad que no interrogue nuestra formas de expresar y vivir la comunión. Tampoco lo será si no ayuda a generar e impulsar comunidades vivas y familiares, espacios de acogida y escucha, hogares en medio de la vida diaria que saben que su centro no es la ideología ni el querer evadirse de la realidad, sino la experiencia de Cristo, viviendo eso como el pilar que genera la verdadera comunión entre ellos, el deseo de complementarse, de dialogar, de crecer en diversidad (cf.La sinodalidad en la vida de la Iglesia, 68). Pero no podemos ser ingenuos. En una comunidad eclesial formada por hombres y mujeres que se reconocen como iguales en cuanto convocados y discípulos en esta Iglesia sinodal y misionera, seguimos necesitando diversos liderazgos, un reparto de servicios y responsabilidades entre los que se encuentra la toma de decisiones. Por eso hoy resulta imprescindible revitalizar los órganos de toma de decisiones, los consejos y los espacios de diálogo y discernimiento. Al mismo tiempo, debemos avanzar con claridad para dar a toda persona —también a las mujeres— el espacio de responsabilidad que les es debido como bautizada en cada comunidad. Eso nos ayudará a dar pasos sosegados pero firmes para que seamos una Iglesia más sinodal.
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y DE GRUPO 
¿Cómo acogemos y seguimos la tensión en que toda la 
Iglesia vive este momento sinodal?
¿Podemos dar algún paso nuevo de acogida y apoyo al 
momento sinodal? 
9. Bautizados para participar de la misión de Cristo:
 discípulos misioneros
No podemos olvidar que Jesús es el Enviado del Padre y, como tal, tiene una misión que realizar. Por tanto, también nosotros, unidos a Él por el Bautismo que hemos renovado en la Pascua, participamos en la misión que le ha confiado el Padre. Ya resucitado, el Señor se deja ver por sus discípulos y les dice: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20, 21). En el evangelio de san Mateo se explica más concretamente en qué consiste la misión: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 18-21).
«Dichosos vosotros». Esta es nuestra tarea de discípulos: ser misioneros, ofrecer a todos la noticia de Jesús. Cada uno de nosotros, miembros diferentes del pueblo de Dios, contribuiremos de manera diferente a realizar la única misión: la del Enviado del Padre. Todos discípulos, todos misioneros, experimentando la dulce y confortadora alegría de evangelizar»
(cf.Informe de síntesis de la fase sinodal, 86). Para ser fieles a esta encomienda tenemos que ser fieles a quien nos envía. Jesús realiza su misión como un servidor: «¿Quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve». (Lc 22, 27). Y promete la dicha a quien lo practica: «Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica» (Jn13, 17). Así pues, para ser fieles a quien nos envía, entendemos y practicamos la misión de reunir a la familia de Dios y de hacer discípulos no como una conquista, sino como un servicio respetuoso. El motivo por el que se pone en marcha el proceso es el amor y culmina en la felicidad que Dios nos concede.
La Cincuentena pascual, desde la Vigilia Pascual a Pentecostés, no es quizá tan tenida en cuenta como la Cuaresma. Sin embargo, son los días en que se prolonga la celebración de la Pascua y se prepara la fiesta del Espíritu Santo. En las celebraciones litúrgicas se lee el libro de los Hechos de los Apóstoles, que refleja la vida de la Iglesia primitiva y su incesante actividad misionera, que la hacía crecer y asimilarse poco a poco a la vida y presencia de Cristo. Seguro que nos conduce a dinamizar nuestra vida misionera.
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL Y DE GRUPO 
¿Qué pide el Señor a cada uno para contribuir a la misión común de la Iglesia? 
¿Qué pide el Señor a mi parroquia o comunidad en esta 
Pascua en concreto? 
¿Cómo ayudar desde mi vida cristiana a que nuestra diócesis responda a la misión que Cristo le da? 
¿Cuáles son los grupos o personas del barrio o a mi alrededor más necesitados del anuncio de la Buena Noticia de Jesús?
La Pascua nos convoca al hoy de la Resurrección, a ser testigos de su paso en nuestras vidas y comunidades. Os invito de corazón a entrar en este tiempo ungidos por el Espíritu Santo y a acoger de forma renovada el Bautismo que recibimos. 
Gracias por leer estas líneas y por, si tenéis un hueco, pensar pistas de futuro y compartirlas con vuestros grupos, comunidades o parroquias. Quieren ser unas pistas pascuales para prepararnos al nuevo Pentecostés. 
¡Feliz Pascua!
+José Cobo Cano
Cardenal arzobispo de Madrid
NOTA
Podéis reflexionar sobre estas propuestas y comentarlas con vuestros grupos, comunidades o parroquias. También existe la posibilidad de que se le entregue al vicario territorial dichas reflexiones por escrito, así como a los párrocos o al consejo pastoral parroquial. 
Igualmente, desearía que los mismos consejos de pastoral puedan conocer esta carta pastoral y reflexionar sobre las preguntas que se plantean.
Que el Espíritu Santo y nuestra Madre, la Virgen de la Almudena, nos acompañen y guíen en esta tarea.

 

 

Sobre el blanco

   

Nuestra fe se apoya (por no decir que necesita) de símbolos, por eso tiene una dimensión simbólica. En cierto modo, la liturgia es el espacio en el que lo invisible se hace visible. Los gestos, las palabras, los colores y hasta los materiales que rodean nuestras celebraciones son los medios visibles para que la gracia (invisible), ese no sé qué como glosaba san Juan de la Cruz, sea perceptible para nosotros.

Dios se sirve de la realidad por Él creada para manifestarse y para darse. Y del mismo modo que se nos manifiesta en personas y situaciones, mucho de Dios se nos transmite a través de lo sensible: de lo que vemos, tocamos y hasta olemos. Por ello, la celebración de la Iglesia se sirve de tantos recursos (los colores litúrgicos, el olor del incienso, la luz del cirio…) para que, a través de los sentidos, nos asomemos a lo inefable.

Después de una Cuaresma llena de símbolos (la ceniza, el ayuno, el color morado…) entramos en la Pascua con la luz del Cirio Pascual y el color blanco que nos envolverá durante las próximas semanas.

El blanco es un color muy presente en la Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Se compara al blanco de la lana o de la nieve, un blanco brillante, refulgente. Es el color del maná con el que Dios alimentó a Israel en el desierto (Ex 16, 31), el color de aquel que ve lavado su pecado (Is 1, 18), el color de la túnica de Jesús transfigurado (Mt 17,2) y de las ropas de los buenos y santos (Ap 19, 8). El blanco expresa, pues, la purificación del corazón, el paso de lo divino y el carácter de lo santo.

El tiempo pascual, al rodearnos con el color blanco, busca, precisamente, ayudarnos a vivir todo eso. A que celebremos la resurrección de Jesús, como las mujeres y los discípulos que le descubrieron vivo en medio de ellos. A participar de su vida nueva y reconciliada, después del tiempo de conversión que ofrece la cuaresma. Y a caminar hacia una vida santa, impulsada por su Espíritu, que vendrá con fuerza en Pentecostés.

Oscar Cala, sj

«El proceso humano de la Pascua»

Carta de Pascua 2024

 

«Y abandonándole huyeron todos» (Mc 14, 50)
Queridos hermanos:

¡Feliz Pascua de Resurrección! Un año más hemos tenido la oportunidad de celebrar la Pascua del Señor. De nuevo hemos proclamado en la vigilia pascual su anuncio: «No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde lo han puesto» (Mc 16, 6). El testimonio del evangelista adquiere su mayor expresividad en el ‘aleluya de la Pascua’. No llegamos acomprender del todo el misterio de la Resurrección y, sin embargo, nuestro canto entusiasta es el Aleluya. Con cierto susto en el cuerpo, preocupados, alabamos al Señor porque ha resucitado. Con este canto de la fe expresamos alegría y gratitud. En su proclamación recuperamos esperanza, aquella que nos ayuda a superar las heridas de la vida.

Alcanzar, por tanto, en nuestras personas la alegría pascual del evangelista Marcos no resulta tan evidente. Asumir la resurrección de Jesús y su proclamación es todo un proceso personal y comunitario de maduración. El camino de la Pascua es el camino de la existencia. Durante este recorrido pasamos, comoocurriera a los discípulos de Jesús, por toda clase de emociones y sentimientos humanos; incluso algunas veces contradictorios. Así lo hemos podido deducir en nuestra escucha atenta del relato de la pasión en eldía del Viernes Santo. Una lectura cuidadosa nos abre los ojos para percibir las reacciones personales delos discípulos y del propio Jesús. Estas reacciones pasan por el abandono, ya que todos huyeron. Lo que está ocurriendo con el Maestro es demasiado duro para soportarlo. El abandono, consecuencia del miedo,se convierte en traición, angustia, soledad y plegaria.

Con motivo de la Pascua algunos pensadores han sacado a la luz sus reflexiones. Se han publicado nuevos libros, artículos y orientaciones. Me ha llamado la atención la reflexión que nos ofrece elpsicoanalista italiano Massimo Recalcati en su libro, La noche de Getsemaní. Un ensayo de lecturasugerente. Nos ayuda a profundizar en lo que somos a partir de los textos bíblicos de la pasión de Jesús. Lejos de quedarse encerrado en su propia ciencia, nos abre al misterio de la Pascua; pero, sobre todo, a nuestro propio misterio. Me inspiro en su mirada para expresar aquello que es relevante a la propia vocación en la Orden de Predicadores. Retomaré algunos de sus textos, con la libertad de transcribirlos e interpretarlos según necesidad.

La noche pascual de Getsemaní

Os propongo, en esta ocasión, una meditación sobre el relato de Getsemaní. Un texto que nos marca profundamente en la experiencia límite que vive Jesús. El anuncio de la resurrección está en estrecha relación con la experiencia vivida por Jesús y sus discípulos en el monte de los Olivos. Se vuelve, por ello, un texto referente para la fe pascual que profesamos. En la noche de Getsemaní, Jesús se nos aparece en su más radical humanidad. En ella nos habla de la finitud vulnerable de su vida y de la nuestra. Habla, por tanto, de nosotros, de nuestra condición humana. Es la experiencia de la traición y del abandono. Más que la noche de Dios, es la noche del hombre. La noche pascual de Getsemaní toca nuestra fragilidad, nuestras heridas, nuestras carencias y todo aquello que especialmente nos preocupa y atormenta.

Jesús, después de haber compartido inmediatamente la última cena con sus discípulos, se enfrenta con cuatro experiencias radicales de la existencia humana: la traición, la angustia frente a la propia muerte, la soledad y, por último, la plegaria. Traición, angustia, soledad y plegaria son los cuatro vocablosde la Pascua del Señor. En ellos encontramos la luz pascual para abrazar con mayor sentido su resurrección. También para comprender un poco mejor nuestro misterio ante la vida que vence a la muerte. Os animo a pensar un poco más, con actitud orante, en el valor tan significativo que tales vocablos conllevan. Ahora los desglosamos un poco más con el esfuerzo de traerlos a la experiencia de nuestra propia vida personal y comunitaria. También al momento personal por el que podamos estar pasando en la Iglesia, en la Orden, en la Provincia. En ellos encontramos el valor de la Pascua de Jesús y el caminoeclesial hacia la Pascua. Hagamos el mismo recorrido interior que hizo Jesús para poder participar de su Pascua, para experimentar el valor real de su resurrección.

No podría describir, sería osado por mi parte, la experiencia de cada uno con respecto a los cuatrovocablos mencionados; pero, con cierta intrepidez, me atrevería a decir que en algún momento dado de lavida hemos podido percibir en nuestro interior algo de lo que tales términos mencionan. Seguramente que nos hemos podido sentir traicionados por otros; pero también, en nuestra reflexión personal, nospercatamos de alguien a quien nosotros mismos hayamos podido traicionar: a otros, a nosotros mismos, a Dios en nuestra alteridad.

Hemos de mencionar también la angustia frente a la propia muerte; esa palabra que tanto preocupa a los profesionales de la salud psíquica y física. No podemos erradicar del todo en nosotros la tristeza, el temor, el enojo, la impotencia, la desesperanza. La angustia siempre nos persigue cuando nos llena de miedos frente al futuro. La angustia, consciente o inconsciente, nos paraliza, trastorna la ansiedad y nos empequeñece en las posibilidades y recursos.

¿Qué decir de la soledad? La soledad es nuestra compañera en el viaje de la vida. No siempre acertamos a dejarnos habitar por ella; es más, no resulta sencillo habitarla bien. Al contrario, la soledad se ha podido convertir en una de nuestras mayores debilidades. No es la soledad del recogimiento y de laintimidad, tan necesaria para nuestro crecimiento interior a la que ahora me refiero. Es la soledad no habitada a la que hago mención,aquella que se apodera de nosotros y termina haciéndonos daño. La soledad no habitada daña las relaciones interpersonales, la fraternidad y la comunión entre nosotros. Caer en una soledad mal habitada deshace no sólo la propia vocación; nos destruye como personas y nos hiere profundamente.

¿Y la plegaria? La plegaria es la oración de la súplica, aquella que brota de lo más propiamentehumano; la oración más íntima, donde la persona se entrega a sí misma en su relación personal con Dios. Es el momento más auténtico de la palabra sentida y pronunciada, una palabra totalmente dirigida a Dios y sólo a él. La plegaria se vuelve ‘grito’ de desesperación cuando no obtiene respuesta. El silencio o vacío de Dios es la experiencia más profunda que un creyente puede vivir en su interior.

La traición

«Y abandonándole huyeron todos» (Mc 14, 50). Este versículo de Marcos resulta especialmente duro. El abandono y la huida forman parte de la condición humana. Dejarse llevar por la propia condición natural nos lleva, como llevó a Judas y a Pedro a la traición del Maestro, rompiendo la fidelidad y el compromiso. La ruptura viene motivada por muchas razones y circunstancias: las que cada personapueda tener en el dominio de su vida interior y las que son producto de las circunstancias externas con las que cada uno pueda encontrarse.

Vivimos en un contexto social y eclesial donde la ‘traición’ es relativamente frecuente. El contextoactual en el que nos movemos incita con frecuencia al reclamo; a la exigencia de los derechos en detrimento de los deberes; a la amenaza constante de la denuncia rápida, obsesionada por asignar a otros la responsabilidad de lo que nos ocurre. Estas reiteradas actitudes pueden poner en entredicho los principios y las convicciones. Pero también los modos de ser y de actuar. Tanto es así, que nos vemos debilitados seriamente en el horizonte vocacional. La huida hacia adelante es una de nuestras mayores tentaciones. Hemos de estar especialmente atentos a esta realidad ya cotidiana.

Conviene no olvidar que la primera traición es la de Adán y Eva en perjuicio de Dios. Si recordamos la escena del Génesis constatamos cómo la serpiente les da a entender que el límite que Dios ha impuesto a los seres humanos -no acceder al árbol del conocimiento- le sirve en realidad para protegerse de sus privilegios y de su goce egoísta. Cualquier deuda simbólica en relación con el Creador se cancelaen nombre del derecho a la libertad de goce que Adán y Eva, impulsados por la malicia de la serpiente, reclaman. Dios no es aquel a quien ellos deben la vida, sino un obstáculo para su vida.
¿Cuántos contemporáneos no estarán pensando que Dios no es aquel al que le deben la vida, sino másbien un obstáculo para su vida? De un Dios benefactor se está pasando a un Dios obstáculo para la evolución y el progreso, tal como es entendido en la sensibilidad contemporánea.

La experiencia de Getsemaní nos confronta con nuestra propia realidad, aquella que se ve especialmente debilitada en su raíz. Pues bien, para algunos pensadores las escenas bíblicas de latraición de Judas y de Pedro la sitúan en relación con esta escena de los orígenes que anteriormente hedescrito. No obstante, en la noche de Getsemaní, la escena de la traición se repite, de una manera muchomás rica en matices respecto a la escena original de la traición de Adán y Eva. Los traidores, Judas y Pedro, no son, en efecto, figuras semejantes, como las de Adán y Eva y, como era de esperar, su traición tendrá resultados profundamente diferentes. La traición en Getsemaní presenta acentos bien diferentes. Os invito a profundizar en ellos. Quizás, en algún momento dado de nuestra vida nos veamos reconocidos en las actitudes de Judas y de Pedro. Ambos, discípulos del Señor, y apasionados por su persona y mensaje.

La traición de Judas

La traición de Judas está estrechamente ligada a la última cena. Es una cena íntima en la que el Maestro comparte la mesa con sus discípulos. No ha de verse de ninguna manera como algo secundario: la traición se produce mientras se reparte el pan, cuando todos comen juntos. Se produce en la intimidad del banquete. No es casualidad que Juan recoja el episodio en el que Jesús reconoce a Judas como traidor mientras lo invita a comer un bocado mojado en su propio plato (cf. Jn 13, 18-30). Marcos tambiénlo repite: el traidor es «uno de los Doce que moja conmigo en el mismo plato» (Mc 14, 20). El traidor comeen el mismo plato que el Maestro; se ha alimentado de su palabra; se ha beneficiado de su enseñanza; hacompartido la mesa. Y ahora quiere destruirlo; escupe en la palabra que lo ha formado; no muestra gratitud alguna por lo que ha recibido; no reconoce ninguna forma de deuda con él.

Llegados a este momento nos podríamos preguntar con el psicoanalista Recalcati, ¿qué determina, sin embargo, la traición de Judas? La respuesta no se deja esperar: «Él estaba, como todos los demás discípulos, profundamente enamorado de Jesús. La vida de su Maestro ha sido para él, como para todos sus demás hermanos, un imán que ha polarizado su propia vida. Su palabra tenía la fuerza de una llamada irresistible». Pero, sin embargo, Judas se ve profundamente decepcionado del Maestro. No responde a sus deseos de transformación política en favor de los más pobres y excluidos, ni al cambioradical en su compromiso político con la liberación de su pueblo frente al dominio romano. Jesús, a ojos de Judas, ha traicionado la promesa. Esta será la herida de Judas más profunda. Quiere al Maestro, pero éstele decepciona y defrauda. Su traición representa un amor desilusionado.

La traición de Pedro

Después de la cena, camino del monte de los Olivos, Jesús establece una conversación con sus discípulos. Durante la misma Jesús les dice: «Todos os vais a escandalizar, ya que está escrito: ‘heriré al pastor y se dispersarán las ovejas’» (Mc 14, 27). La respuesta de Pedro no se dejó esperar: «aunque todos se escandalicen, yo no» (Mc 14, 29). Ante el anuncio de Jesús, Pedro es el que reacciona con mayor ímpetu, reafirmando su amor fiel e inquebrantable. Sin embargo, la respuesta de Jesús no deja lugar a dudas: «Yo te aseguro, hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres» (Mc 14, 30). Pedro insiste: «aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré. Lo mismo decían también todos» (Mc 14, 31).

La traición de Pedro es la más dolorosa. Él había sido elegido por Jesús para sustentar la nueva comunidad que se reúne bajo su nombre. Hemos de reconocer, no obstante, que Pedro en su reafirmaciónen favor del Maestro es sincero cuando reafirma su lealtad. Su amor está bien asentado en la relación yconfianza mutua con Jesús. Es un amor sólido y profundo, incondicional. Pedro es el hombre de la fe.

Las traiciones de Judas y de Pedro

La traición de Judas y la de Pedro presentan gran distancia, aunque ambos aman profundamente aJesús. Judas traiciona porque sus expectativas políticas no se cumplen. Pedro, en cambio, traiciona por miedo. No lo hace una sola vez, sino varias veces; al menos tres en poco tiempo, mientras los sucesos dela pasión van teniendo lugar. Su fe, que parecía sólida como la roca, se deshace, se desmenuza, cede alos primeros golpes, se descompone. Pedro, a diferencia de Judas, no confabula, no trama nada a sus espaldas para llevar a término la traición, no critica, no subestima, sino que honra sinceramente la palabra del Maestro. Ante el amor traicionado, Judas y Pedro, reaccionan de forma diferente. Mientras Judas finaliza su vida de forma trágica con su suicidio; Pedro, en cambio, llora su propia traición.

En cualquier caso ¿qué nos quieren decir ambas traiciones? Quizás Jesús nos quiera mostrar quea través de ambas traiciones se está destituyendo toda idealización heroica de la lealtad. Incluso el amormás sólido -por ser humano- puede caer, resbalar, traicionar su propia causa. No será, acaso, la ambivalencia del amor más puro la que hemos de considerar. El amor a Dios y a los demás posee una dimensión ‘dramática’: por un lado, decimos verdad cuando afirmamos sin vacilación nuestro amor; por elotro, no siempre somos capaces de superar las pruebas de ese amor que con tanta seguridad apasionada hemos proclamado.

La angustia

¡La angustia ante la muerte! En la Provincia estamos asistiendo estos años a muchas despedidas. Despedimos a nuestros hermanos. Su adiós para siempre va dejando una estela de recuerdos en la memoria de los que aún permanecemos. Cada fallecimiento es un golpe, un adiós que descorazona. Hemos de reconocerlo y no tener miedo de llorar la muerte de aquellos a los que despedimos en su trance hacia la Casa del Padre. Debemos verbalizarlo y expresarlo sin temor. En nuestras conversaciones fraternas expresamos el lamento por los que se van. Somos capaces de reconocer sus rostros, susnombres, sus hechos. No pocas anécdotas vienen al recuerdo de los que las han compartido. Es un adiós que expresa cariño y filiación hacia los que ya gozan de la misericordia de Dios.

Pero, al mismo tiempo, nos genera especial angustia el vacío que nos dejan. Es la angustia que se despierta cuando no vemos reemplazo a su presencia; cuando sus tareas y responsabilidades no son fácilmente asumibles por otros; cuando no vemos con claridad lacontinuidad de lo que hasta ahora se venía haciendo. En este sentido vemos peligrar, al despedir a los quese mueren, nuestras obras. Es como si la vida nos estuviera deshaciendo lo que durante tantos y tantosaños, con mucho esfuerzo y empeño, se ha construido.

Y… sin embargo, seguimos cantando el Aleluya del Resucitado. Una fuerza que pretendeenvolvernos para sostenernos en la angustia que nos produce la muerte. Este canto nos salva y nosdevuelve la esperanza. Porque amamos la vida y porque amamos a los que se mueren, la resurrección seexperimenta con mayor fuerza y convicción. Aquí está la mejor fortaleza. La Pascua de Jesús, al devolvernos el sentido de la propia existencia, nos devuelve el ser de lo que realmente somos; ya que el‘ser’, en uno de los mejores aforismos de Kafka, ‘significa existir y pertenecer a alguien, ambas cosas’. La angustia frente a la muerte se ve amortiguada, curada y sanada, cuando desarrollamos en nuestro interior y en el horizonte de la vida la existencia dinámica de pertenecer a alguien. A Dios pertenecemos, por eso existimos. Así lo comprendemos y abrazamos desde la amistad que con Él procuramos en nuestra relaciónpersonal. Tanto Judas como Pedro pertenecen a Jesús. Del mismo modo que Jesús pertenece al Padre. Esta existencia, con filiación y pertenencia, se resalta especialmente en la intensidad de lo vivido en Getsemnaní.

La soledad

Cuando seguimos atentamente los relatos sobre la pasión del Señor podemos constatar cómo Jesús pasa del entusiasmo con su entrada triunfante en Jerusalén a la soledad más absoluta enGetsemaní. Del entusiasmo aclamado por la gente a la soledad radical. En poco tiempo Jesús pasa de ser aclamado, reconocido, a ser abandonado incluso por Dios mismo. Parece, a los ojos humanos, un tanto incomprensible.

¿Qué ha pasado? ¿Qué herida produce en un ser humano esta experiencia tan radical?, nos podríamos preguntar. Es verdad que lo más relevante del ser humano -de la manera humana de ser- es lasoledad existencial, la separación. Ser separado significa, en palabras de Josep María Esquirol, «no ser parte perfecta ni de la naturaleza, ni del mundo, ni de la sociedad, ni de nada. La separación no es solo unproblema teórico, sino, sobre todo, es un problema existencial». He ahí su mayor herida.

Una mirada atenta se nos impone ante nuestra propia soledad y su herida. Es verdad que nuestra existencia, como la de Jesús, no deja de caminar muchas veces a la intemperie. Pero también lo es la posibilidad que se nos brinda a la hora de buscar un sentido que nos sostenga. Este será nuestro empeño. Como predicadores de la gracia no podemos decaer en este esfuerzo. No hay herida que se resista a la gracia que restaura y reconforta. No claudiquemos de esta esperanza. Su fortaleza está en nuestra convicción y empeño. De esta manera la soledad y su herida se supera cuando nos encontramos con el rostro del otro. El otro, el rostro del otro es lo que más nos dice, sigue diciendo Esquirol. Es, en definitiva,lo que más sentido tiene. El rostro del otro -su singularidad, su vivacidad, su testimonio de la vida- nos habla. Te habla.

¿Qué rostros entre nosotros nos hablan? Nos hablan, sin duda alguna, los mejores rostros delpasado. Personajes ilustres de nuestra rica tradición. Nos alimentan con sus escritos, con sus biografías, con sus realizaciones de antaño, pero que siguen siendo relevantes para nuestro presente. Pero también nos hablan los rostros de nuestros contemporáneos. Quizás algunos nos hablan especialmente. Unos nos hablarán más a la inteligencia de las cosas. Otros, en cambio, al mundo de las pasiones y de los afectos. Todos ellos, cada uno a su manera, nos hablan del Dios que se busca, del Dios que se halla, del Dios que se olvida.

No debemos perder, para superar la herida de la soledad no habitada, la búsqueda de los otros enlo mejor de sí mismos. Ahí es donde el resucitado quiere anidar para expresarse en su mensaje Pascual. Hoy tenemos necesidad de personas atentas, esto es, despiertas y respetuosas. Capaces de generar sentido, mientras están abiertas hacia lo que incluso no esperan. Como decía el pensador Heráclito, «siuno no espera lo inesperado, no encontrará lo que espera».

La plegaria

Nos recuerda Chesterton que, en una ocasión, con motivo de la visita que hizo a Jerusalén, un joven que lo acompañó a Getsemaní le dijo: «Este es el lugar donde Dios dijo sus oraciones». Esta expresión, quizás inocente, nos da que pensar. ¿Dios reza a Dios?, nos podríamos preguntar.

Jesús reza no como un Dios, sino como un hombre que se vuelve hacia Dios vivido como Padre. Viveel silencio del Padre como respuesta a las plegarias durante su oración en el monte de los Olivos. En unprimer momento solicita al Padre que aparte de él ese cáliz que ha de beber, aunque no se haga lo que él quiera, si no lo que Dios quiera (cf. Mc 14, 36). Lo más desconcertante en Getsemaní es el silencio de Dios ante esa invocación. Es el silencio del Padre ante la palabra invocadora del Hijo. Por otro lado, Jesús, en medio de su reiterada plegaria, comprueba por tres veces que sus discípulos duermen en medio de la noche, quizás despreocupados por el Maestro. Les implora diciendo: «ahora ya podéis dormir ydescansar. Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡vámonos! Mirad, el que me va a entregar está cerca» (Mc 14, 41).

Doble silencio, por tanto: el del Padre en rebeldía que no escucha el lamento de su Hijo, y el de losdiscípulos perdidos en su sueño aturdido -parecido a aquel en el que se hunde el profeta Jonás-. Un silencio tremendo se crea entre el Hijo y el Padre, así como entre el Maestro y sus discípulos. Cuando la plegaria no encuentra respuesta alguna adopta la forma de grito.

En una de las últimas películas de Martin Scorsese, titulada, no por casualidad, Silencio (2016), Dios coincide, hasta cierto momento de la narración, con el silencio más absoluto y obstinado frente al gritode sus fieles (mártires) que invocan su intervención y su salvación. Dios no responde más que con el silencio. Es el mismo silencio ensordecedor que encontramos en la noche de Getsemaní. El silencio de Dios, tanatronador como pude resultar ante la atrocidad de las guerras en Palestina, en Ucrania y en tantos y tantos lugares del mundo. Es el silencio de Dios ante la muerte de niños inocentes que nos son arrebatados por enfermedades incurables. En estos casos y en todas las ocasiones en las que la vida se ve sometida a un dolor carente de sentido, el silencio de Dios se nos aparece siempre como insoportable e inhumano.

Todos, de una manera o de otra, hemos pasado en algunos momentos de la vida por experiencias dolorosas. Quizás nunca alcanzamos el extremo al que llega Jesús en su entrega total al Padre. Pero sí experimentamos dolor y sufrimiento conforme a nuestra capacidad humana de aguante. No obstante, sinos fijamos en esta experiencia extrema de Jesús podemos deducir que sólo aquellos que conocen la caída pueden conocer su gloria. Esto significa que la plenitud de la vida no puede separarse del encuentrofatal con lo que más nos haga sufrir, con lo más contraproducente o negativo y cuya máxima expresión es precisamente la muerte.

En la noche de Getsemaní se impone el testimonio. Getsemaní es un pasaje necesario donde lafuerza de la palabra, su dinamismo, se topa con lo extremo a modo de prueba. Donde el ‘decir’ permanece testimonialmente unido al ‘hacer’, a diferencia de lo que les sucede a los maestros de la Ley cuando, contradiciendo la lógica del testimonio, «dicen y no hacen» (Mt 23, 1-12). Jesús elige el camino deltestimonio de la entrega total para vencer a la muerte. La vida entregada, he ahí el misterio de la Resurrección, es más fuerte que la muerte. Es la Palabra la que se hace carne y no la carne la que sesacrifica sin más por la Palabra. He aquí el proceso humano de la Pascua.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Un abrazo,
Madrid, 31 de marzo de 2024

Fr. Jesús DÍaz Sariego, O.P.
Prior Provincial

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La paradoja de la tumba vacía

   

Dentro de la física cuántica existe una paradoja muy interesante llamada «El gato de Schrödinger». En ella, un gato se encuentra encerrado en una caja junto con un dispositivo que tiene una probabilidad igual de matar al gato en un tiempo determinado. Según la mecánica cuántica, hasta que no se abra la caja y se observe el estado del gato, este permanece simultáneamente vivo y muerto. Esta paradoja nos desafía a cuestionar nuestra percepción de la realidad y a aceptar la coexistencia de múltiples posibilidades hasta que se realice una observación concreta.

En la pasada Semana Santa, nos encontramos ante una paradoja similar: la tumba sellada de Jesucristo. Al igual que el gato en la caja, la tumba de Jesús encierra la incertidumbre y la expectativa de lo desconocido. En el momento de su muerte en la cruz, Jesús parece estar completamente sometido a la realidad de la muerte. Los discípulos, al dejar el cuerpo de Jesús en la tumba, asimilaron la realidad de que su maestro había muerto. Sin embargo, la Resurrección les revela una verdad asombrosa: la tumba está vacía. Al entrar en la tumba, descubren que Jesús ha vencido a la muerte y ha resucitado a una nueva vida. Esta experiencia transformadora nos debe impulsar a replantearnos nuestras percepciones limitadas y a abrirnos a la posibilidad de lo divino. Pero para poder conocer esto debemos tener, como los discípulos, la valentía de entrar en la tumba.

Al igual que el observador que abre la caja en la paradoja del gato de Schrödinger, nosotros también debemos abrir la tumba de Jesús para experimentar la realidad de su resurrección. No podemos quedarnos con los comentarios o las experiencias que otros nos cuenten; debemos lanzarnos a vivir nuestra propia experiencia con el Resucitado. Como los discípulos de Emaús, debemos dejarnos maravillar por Jesús y su mensaje, porque en el momento de la revelación, nuestra fe será fortalecida y nuestra esperanza renovada. Si nos atrevemos a entrar en la tumba vacía, nos daremos cuenta de que, al igual que Jesús, también nosotros podemos experimentar la vida nueva y la victoria sobre la muerte. «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?»

Saúl Marrero

 

Las mujeres acuden al sepulcro

Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar donde lo colocaron.

«Pasado el sábado, María Magdalena y María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y, muy de mañana, al día siguiente del sábado, llegan al sepulcro, salido ya el sol. Y se decían unas a otras: ¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?»(Mc).

Iban llenas de amor, habían observado todo con detalle. Saben que el embalsamamiento podían hacerse mejor. Lo han hecho muchas veces. Pero sobre todo quieren ungir el cadáver de Jesús con su cariño y su amor. Quieren tener el último detalle de piedad con el Maestro. En el camino, decididas, piensan en el obstáculo que es la piedra. Ciertamente no pueden removerla. Se necesitan hombres fuertes y máquinas. No pueden removerla ellas solas; pero, sorprendentemente, van. La intuición puede más que los razonamientos. De momento ellas van movidas por el cariño y la piedad.

A pesar de todo, corren hacia el sepulcro, muy cerca del calvario. «Y al mirar vieron que la piedra estaba apartada; era ciertamente muy grande. Entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca, y se quedaron asustadas. El les dice: No tengáis miedo; buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar donde lo colocaron. Pero marchad, decid a sus discípulos y a Pedro que él va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, como os dijo. Y saliendo, huyeron del sepulcro, pues estaban sobrecogidas de temblor y fuera de sí; y no dijeron nada a nadie, porque estaban atemorizadas»(Mc). Era mucho para sus fuerzas. Buscaban a un cadáver, y encuentran un ángel que les dice que no busquen entre los muertos al que vive. El ángel añade: «Recordad lo que os anunció cuando, estando todavía en Galilea, cuando dijo: Conviene que el Hijo del hombre sea entregado en manos de hombres pecadores que sea crucificado y resucite al tercer día. Entonces se acordaron de estas palabras» (Lc)

María Magdalena

María Magdalena acude con las demás mujeres, cuando ve el sepulcro vacío, actúa según su temperamento, sale corriendo a avisar a Pedro y a Juan; las demás se quedan allí y se les aparecen ángeles que les dicen que Jesús ha resucitado, pero María ya ha marchado. Pedro y Juan llegan al sepulcro ven las cosas como les ha dicho María, y se marchan; llega María y no hay nadie en el sepulcro, es entonces cuando se dará una nueva conversión de María Magdalena.

«María estaba fuera llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba se inclinó hacia la concavidad, y vio a dos ángeles de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. ellos le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les respondió: se han llevado a mi Señor y no se donde le han puesto. Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dijo Jesús: Mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y lo recogeré. Jesús le dijo: ¡María! Ella, volviéndose, exclamó en hebreo: ¡Rabbuni!, que quiere decir Maestro. Jesús le dijo: Suéltame, que aún no he subido a mi Padre; pero vete a mis hermanos y diles: subo a mi Padre y a vuestro padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue María Magdalena y anunció a los discípulos: ¡He visto al Señor!, y me ha dicho estas cosas»(Jn).

Sorprende el aplomo, casi indiferencia, de la Magdalena ante los ángeles y la pregunta que ellos le hacen: ¿por qué lloras?, como si fuese posible responder de un modo simple a un dolor producido por tantas causas. María llora por la muerte horrible que ha sufrido el Maestro- así le llama casi siempre-; llora por la ingratitud de tantos que recibieron sus favores y milagros; llora por la debilidad de sus discípulos que no supieron ser fieles y defenderle; llora por la crueldad de los judíos -conocidos suyos muchos de ellos- que han matado, o consentido, en la muerte del Inocente, llora por el dolor de la Madre de Jesús; pero manifiesta sólo que llora porque «se han llevado a mi Señor y no sé donde le han puesto», eso dice a los ángeles: el motivo más débil y el que manifiesta que su fe no ha sido del nivel de la de María Santísima, que no acudió al sepulcro porque sí creyó que Jesús resucitaría al tercer día. A la Magdalena le apena no haber podido tener un gesto de generosidad y despedida con el cadáver de su Señor, no piensa en Jesús resucitado. Su fe se asienta todavía en afectos muy humanos.

Es entonces cuando se le aparece el Señor diciendo las mismas palabras de los ángeles, pero añadiendo algo que revela que lee en su pensamiento: «¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». María revela de nuevo su interés por el cuerpo muerto del Maestro, y entonces, Jesús dice una sola palabra que le abre los ojos y le descubre lo que estaba oculto a su mirada; le dice: «María», es entonces cuando la Magdalena descubre que es Jesús el que le habla: reconoce al Maestro cuando es llamada por su nombre. Estaba tan lejos de pensar que era el mismo Jesús que no reconoce el modo de hablar, ni aquel acento tan querido y conocido hasta que escucha su propio nombre, entonces exclama ¡Rabbuni! Jesús llena de gozo a aquella mujer llena de dolor. Y, desde aquel momento, la noche de su alma se transforma en un día que no podía ni soñar. Su fe será más parecida a la de María Santísima, será la fe de quien ha visto a Cristo resucitado.

Jesús le da el encargo de ir a los suyos, y la antigua pecadora se convierte en testigo anunciando a los Apóstoles la resurrección de Jesús. Parece que el Maestro quiere que aprendan una nueva lección: tendrán que experimentar la dificultad para creer sólo por el testimonio de otra persona, que, además, antes fue pecadora.

María Magdalena se convirtió, y partiendo de muy abajo llegó muy arriba; de ella habían salido siete demonios, pero, convertida, su fidelidad no teme a la Cruz y es apóstol primera de la Resurrección. Se humilló y Dios la eleva. Jesús se vuelca en aquella alma humilde, y ella responde con una entrega incondicional al Maestro, aprovechando lo mejor de sí misma: su capacidad de amar. Esa cualidad le había conducido al pecado, ahora- con la gracia de Dios- le sirve para amar a Dios de un modo total. La pecadora será santa.

La voz de Jesús llamándola por su nombre debió resonar siempre en sus oídos. Ahora definitivamente ya es otra mujer. Si la pecadora desapareció con el arrepentimiento de la primera unción, también quedó superada la debilidad de la mujer que llora porque no acaba de entender a Jesús que no cura a Lázaro cuando era el momento oportuno, y también desparece la mujer que llora en la Cruz o en el sepulcro, la muerte de su Señor, ahora ya es María de Jesús resucitado. El alma de María Magdalena es un alma que vive una vida tan plena que ni podía soñar cuando se decidió a cortar con su vida de pecado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Parroquia Sagrados Corazones
parroquia.sscc.madrid@gmail.com
No hay comentarios

Sorry, the comment form is closed at this time.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos.
Privacidad