VIERNES DE LA SEMANA XI DEL TIEMPO ORDINARIO / CICLO C

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VIERNES DE LA SEMANA XI DEL TIEMPO ORDINARIO / CICLO C

 

Mateo 6, 19-23 Evangelio Junio 22 2018

 

Mientras dura la vida a cada uno se nos pide empeño para recorrer la peregrinación por este mundo, sin dejarnos aprisionar por lo que no pasa de ser un medio para alcanzar el fin que tenemos fijado

 

Evangelio del día

Mateo 6,19-23

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los roen, ni ladrones que abran boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón.

La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!».

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Evangelio de hoy en vídeo

 

Reflexión

Pablo se muestra siervo de Jesús en el grado más alto

Dadas algunas intromisiones de predicadores judíos que desestabilizaron a algunos fieles de Corinto, evangelizados previamente por san Pablo, se decidió él a presentar muchos títulos que no le hacían inferior a los sembradores de división y discordia. En tales circunstancias y, dándose cuenta de lo que suponía su atrevimiento, escribió estas palabras: «¿Que son siervos de Jesucristo? Voy a decir un disparate, mucho más yo».

La expresión, en todo su contexto, no suponía un enaltecimiento de sí mismo, sino que ponía, por encima de todo, el grado de fidelidad con que se entregó a la persona de Jesucristo. Nadie puede constituirse al margen de Cristo —pensaba de cara a los alborotadores— en una ruta hacia la vida eterna.

Costó infinidad de sufrimientos a Pablo el ser consecuente con el mensaje que se desprende del Salvador. Enumeró con detalle sus penas, una por una. Se gloriaba, sin embargo, de su debilidad. Tal práctica se la enseñó Jesús cuando se encontraba desalentado en su ministerio de predicador. Lo atestigua el propio Apóstol: «Pero él me dijo: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza”. Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome, sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas» (2Cor 12, 9-10).

Hay que atesorar tesoros para el cielo

Bien se sabe que lo material es muy huidizo y perecedero. Un terremoto, por ejemplo, puede echar abajo muchos edificios, lo mismo ciertas explosiones, controladas o no. Una crisis bancaria es capaz de colocar a muchas familias en la ruina absoluta; la fuerza de un tsunami puede ocasionar docenas de víctimas y dejar múltiples desperfectos. Nosotros mismos, en cuanto al cuerpo se refiere, tenemos fecha de caducidad, aunque ignoremos cuándo se llegará al término.

Lo único que hay duradero y eterno es la infinitud del misterio de Dios. Nuestra alma, que ha tenido un comienzo, pervivirá por siempre y lo mismo, unidos a Cristo, el cuerpo resucitado y glorificado al final de los tiempos.

Mientras dura la vida a cada uno de los seres humanos se le pide un empeño para recorrer la peregrinación por este mundo, sin dejarse aprisionar por lo que no pasa de ser un medio para alcanzar el fin que tenemos fijado.

Los tesoros para guardar son los que van a subsistir por siempre. Estos son los que piden mayor dedicación mientras dura la vida y se van incrementando a medida que nos prodigamos en el amor: en amor para con Dios y amor para con los demás. El Maestro en tal empeño es Jesús. Del amor sin medida en el seno de la Trinidad procede eternamente la persona del Espíritu Santo. Nuestro amor hacia el misterio divino se expresa con la alabanza, adoración, gratitud, obediencia, humildad, sintonía seguida, en definitiva, con la oración habitual unida a la del Señor, que es nuestro puente y la hace constantemente (Heb 7, 25).

El amor hacia el misterio de nuestros semejantes nos ha de aprisionar con los lazos más liberadores. El modo y medida de nuestro amor hacia el prójimo ha sido establecido por el mismo Señor: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34).

En realidad, todos los misterios redentores proclaman amor como motivo de estos. En ellos descubrimos que Jesús nos amó gratuitamente, sin pedir pago alguno; nos amó eficazmente, es decir con obras bien palmarias hasta la donación de su vida, con su resurrección y glorificación; nos amó, en fin, rectamente, en otras palabras, sin buscarse a sí mismo, sin sombra de egoísmo, él que lo posee todo.

Siguiendo las huellas del que nos salva por amor es el modo más eficaz de acrecentar tesoros en la vida, riquezas seguras y duraderas por toda la eternidad.

Fray Vito T. Gómez García O.P. – Convento de Santo Tomás (Sevilla)

Parroquia Sagrados Corazones
parroquia.sscc.madrid@gmail.com
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