12 octubre, 2024 DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO / CICLO B
Evangelio de hoy y lecturas
Primera lectura
Lectura del Libro de la Sabiduría 7, 7-11
Supliqué y me fue dada la prudencia,
invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a cetros y tronos
y a su lado en nada tuve la riqueza.
No la equiparé a la piedra más preciosa,
porque todo el oro ante ella es un poco de arena
y junto a ella la plata es como el barro.
La quise más que a la salud y la belleza
y la preferí a la misma luz,
porque su resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos los bienes juntos,
tiene en sus manos riquezas incontables.
Salmo
Sal. 89, 12-13. 14-15. 16-17 R: Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos. R/.
Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas. R/.
Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos 4, 12-13
Hermanos:
La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón.
Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10, 17-30
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
Pedro se puso a decirle:
«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús dijo:
«En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna».
Reflexión
El evangelio de hoy es un relato del encuentro de Jesús con un hombre de buena voluntad y puntual cumplimiento de sus deberes religiosos, pero cuyo corazón las riquezas le mantenían atenazado para una actitud generosa y desprendida. No es el seguidor ideal de los discípulos de Jesús, como debieran ser los discípulos de Jesús. Ocasión al dedo para que Jesús advierta del peligro de las riquezas e inculque en el corazón de todos el desprendimiento y la generosidad, sobre todo como actitud básica para el seguimiento de Jesús. El desprendimiento de los bienes y afanes de esta vida es la actitud moral requerida por quien desea seguir a Jesús.
Pero esta narración ha sido a veces interpretada de manera errónea. Ha servido este texto para resaltar unilateralmente el valor de los consejos evangélicos y proponer que sólo los que renuncian a todas las rentas son los verdaderos seguidores de Cristo y que la vida religiosa que profesa tal cosa sería la auténtica vida religiosa y gozaría del privilegio de la santidad que no tienen las otras formas del seguimiento de Cristo. Si se enfrenta con el camino de cumplir los mandamientos, que el joven del texto cumplía puntualmente, el camino de los consejos evangélicos sería muy superior, pues es el auténtico seguimiento de Jesús. En resumen, que la vida religiosa, que es la profesión de los consejos evangélicos, sería muy superior a la vida común cristiana y las órdenes monásticas serían una vía superior a la de los demás fieles laicos cumplidores de los mandamientos. En consecuencia, habría dos vías de seguimiento de Jesús: los cristianos ordinarios y la vida religiosa. Pero esto es una falsa interpretación, pues no hay dos vías, la de seguidores de los mandamientos y el de personas consagradas y profesos de la pobreza voluntaria, ni aquí se pretende enseñar algo semejante. La aplicación a la vida religiosa distinta del común de los cristianos es un manifiesto error. No se expresa aquí un doble seguimiento de Jesús ni una distinción entre precepto y consejo.
Pero hay también otra interpretación equivocada. Oí una vez a un predicador que usaba este texto para demostrar que no hay salvación posible para los ricos. Quienes tienen bienes deben repartirlos con los demás o son incapaces de salvar el alma. Los ricos no pueden seguir a Jesús y son dignos de eterna condenación. Se identifica desprendimiento de bienes con riqueza material y así todos los ricos serían materia de condenación. Cristo hablaría de diferencia de clases y los ricos serían siempre materia de reprobación. La distinción de Jesús sería la de clases sociales de ricos y pobres; no la de apego e interés en seguir a Jesús. Nunca un rico entrará en el reino de los cielos, como un camello por el ojo de una aguja. Interpretación errónea, pues la letra del texto usa una hipérbole, de la que gustan los orientales, como cuando se dice que algunos no ven una viga en el ojo propio. Jesús se sirvió a menudo de estas expresiones, como cuando se habla de “una fe que mueve montañas” (I Cor 13,3).
Fr. Antonio Osuna Fernández-Largo O.P. – Convento de San Esteban (Salamanca)
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