16 marzo, 2024 DOMINGO V DE CUARESMA / CICLO B
En un espacio poco iluminado u oscuro el ojo no puede dejar de dirigirse a toda luz que brille por más débil que esta sea. Entramos en la última semana de Cuaresma y en el horizonte ya se apuntan signos de la celebración anual de la Semana Santa. La liturgia de la Palabra de este domingo nos aproxima a una comprensión profunda e intensa del Dios de la Nueva Alianza y de su enviado Jesucristo. Jesús, Hijo de Dios, es ante todo nuestro Redentor y Salvador; es decir, aquel que puede perdonar nuestros pecados y salvarnos de sus consecuencias.
La Cuaresma, tiempo de preparación y de catecumenado, es un momento espiritualmente ‘fuerte’ y una oportunidad propicia para contrastar nuestra vida moral y nuestra experiencia de fe a la luz de la propia vida de Jesús, tal como se nos narra en los evangelios, sobre todo, en aquellas circunstancias y acontecimientos que le van a conducir a su Pasión, Muerte y Resurrección. Es por eso que la Iglesia nos enseña, e insiste, que durante el tiempo cuaresmal no debemos desaprovechar la oportunidad de experimentar y degustar el sacramento de la penitencia y la reconciliación, tanto a nivel individual como a nivel comunitario. Se nos invita, con ello, a una experiencia liberadora y gozosa.
Para el verdadero creyente cristiano el seguimiento de Jesús, como vivencia de su bautismo, no se trata una experiencia espiritual cualquiera, sino de la verdadera y auténtica experiencia. Todo nuestro ser y entorno se transforma de tal modo que ya solo ‘queremos ver a Jesús y estar con Él’, como esos griegos de los que nos habla el Evangelio de hoy que ya han oído hablar de Jesús, pero que quieren dar un paso más. Y a eso es a lo que se nos invita ahora que ya está por terminar este tiempo cuaresmal, a dar un paso más, a ir un poco más allá, a ir madurando en nuestro seguimiento de Jesús.
Fray Manuel Jesús Romero Blanco O.P. – Misionero dominico en la Amazonía peruana
Evangelio de hoy y lecturas
Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías 31, 31-34
«Ya llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—
Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días —oráculo del Señor—: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo:
«Conoced al Señor», pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor —oráculo del Señor—, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados.
Salmo
Salmo 50, 3-4. 12-13. 14-15 R. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.
Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos 5, 7-9
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial.
Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Juan 12, 20-33
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
«Señor, queremos ver a Jesús».
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó:
«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará.
Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre».
Entonces vino una voz del cielo:
«Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».
La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
«Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
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