En mi calle hay una iglesia católica. Recuerdo ir alguna vez de pequeño, aunque solíamos ir a los jesuitas, un poco más lejos. En mi calle hay también dos iglesias pentecostales y otra adventista. Algo más lejos está también una casa de oración de la congregación cristiana. Nunca he entrado en ellas.

Ahora que me he ido de casa y vivo en un país donde los católicos somos minoría, he visto que es posible entrar en esos templos, iglesias, casas o kirks, pues tantos nombres tienen, y que todos somos bienvenidos como hijos de un mismo Dios. Lo que he visto y oído, eso testifico.

La Unión Católica Estudiantil de Edimburgo organiza una vez al mes una oración de Taizé por la unidad de los cristianos y la paz. La primera fue en la capilla de los Dominicos, donde la unión tiene sede; la segunda, en un kirk de la Iglesia de Escocia; la tercera, en una iglesia de otra denominación presbiteriana. Estando en el kirk, cantando en el coro, tenía una visión privilegiada: arrodillado ante una cruz sin Cristo, al lado del altar, podía ver que la concurrencia no era abrumadora, pero rezaban en sincera comunión. Vi amigos católicos y luteranos, conocidos anglicanos y presbiterianos, una chica que se había criado en entornos evangélicos y que, habiendo perdido la fe, la buscaba. Vi a un fraile franciscano y a una pastora escocesa. Todos con los ojos cerrados cantando in Te confido.

Siglos de luchas, pero caminando ahora juntos hacia Dios, esforzándonos en ser verdaderos hermanos en Cristo. Porque por nosotros mismos no podríamos nada, pero sabemos que un chiquillo viene a ser nuestro pastor, para que novillo y león engordemos juntos, para que juntos te adoremos en este tiempo de espera divina.