La entrada lateral está dedicada al Padre Damián y da precisamente a la calle que lleva su nombre. En el muro hay una inscripción: Os daré un pastor a la medida de mi corazón (Jr 3,15).
Las puertas, también de aluminio plateado, llevan grabado en gran relieve el nombre de Damián, acompañado de textos evangélicos que recuerdan la predilección de Jesús hacia los pobres y pequeños, débiles y marginados: … y los leprosos quedan limpios (Mt 11,5).
Destacan unas citas del profeta Isaías que nos hace presente al Siervo de Dios: Ha tomado él mismo nuestras debilidades y se ha cargado las enfermedades (15,4). Mi siervo no tiene rostro ni belleza, sin aspecto atrayente, despreciado, varón de dolores … nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado (53,2 ss)
Junto a las puertas se alza una estatua de san Damián de Molokai, en bronce, de 2,90 m. de envergadura, obra de Amadeo Gabino. La estatua, sobria y estilizada, sin rostro y con las manos suplicantes alzadas al cielo, no pretende plasmar su aspecto físico, sino sugerir la dimensión más honda del interior del Apóstol de los Leprosos: su identificación con su Maestro, Jesús, el verdadero Siervo de Dios del que habla el profeta.
La estatua también sugiere la identificación y solidaridad de Damián con todos los marginados, excluidos, humillados y despreciados de la sociedad, con todos los sufrientes y doloridos de la humanidad.
La figura sin rostro de Damián alza su cabeza y eleva sus brazos hacia lo alto en una súplica apremiante: grito clamoroso de todos los sin voz de la tierra. Esta actitud hace pensar en todos los oprimidos que, como el pueblo de Israel, esclavo en Egipto, claman su dolor y desamparo a Dios.