13 noviembre, 2024 MIÉRCOLES DE LA SEMANA XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO / CICLO B
Evangelio de hoy
La fe es la que salva. La fe llena de gozosa alegría a quien es consciente del regalo que Dios le ha hecho.
Lucas 17, 11-19
Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
«Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
Reflexión del Evangelio de hoy
Seamos, en esperanza, herederos de la vida eterna
San Pablo a través del consejo que da fraternalmente a Tito y a su Comunidad, también nos está insinuando a nosotros que caminemos en el bien, es decir, mirando hacia a Dios, porque si buscas la voluntad del Señor en tu vida, te alejas de hablar mal de tu vecino, de tu compañero de trabajo, hasta de tu propia familia; lo tomas como una pérdida de tiempo y además, siendo consciente de que es un obstáculo, para tu crecimiento espiritual y como persona. Tampoco te impulsa a buscar riñas ni discusiones, todo lo contrario, estás dispuesto a ser condescendiente y amable aun en medio de la contrariedad, asimismo, te hace ser sembrador de paz y fraternidad con todos, pero, sobre todo, con aquellos que no nos son tan agradables.
Cuando no nos dejamos hacer por la acción santificadora del Espíritu Santo, surgen todo tipo de desviaciones y errores, que te hacen caminar por el mal, esclavizándote de tal manera, que llegamos a odiarnos los unos a los otros. No obstante, Dios nos sigue amando aun por encima de nuestras miserias y pecados, dándonos su gracia, que nos hace caer en la cuenta que estamos equivocados y nos hace rectificar esta actitud encaminándonos a la renovación en el Espíritu que nos justifica con su gracia y nos ayuda en esperanza a ser herederos de la Vida eterna. Por eso decimos con el salmista:
“El Señor es mi Pastor, nada me falta,
me guía por el sendero justo..,
prepara una mesa ante mí..,
Tu bondad y misericordia me acompañan todos los días de nuestra vida.”
El perdón y la misericordia que han sido derramados sobre nosotros, hemos de ofrecerlos a los demás en nuestro modo de proceder.
Jesús, maestro, ten compasión de nosotros
Todo el camino de Jesús por la vida es, un encuentro con la miseria humana y un triunfo de su misericordia. En este evangelio tenemos un ejemplo muy claro de ello. Cualquiera de nosotros nos podemos identificar con uno de esos leprosos que acuden a Jesús. El primer paso siempre será reconocer nuestra miseria, debilidad, pecado; después tenemos que decidir a quién acudir, en nuestro caso de cristianos, tiene que ser a Jesús.
Cuando nos sentimos enfermos, necesitados de alguna gracia o don especial, que realmente nos interesa, nos acordamos del Señor inmediatamente, pidiéndoselo con insistencia y perseverancia. La fe es la que salva. La fe llena de gozosa alegría a quien es consciente del regalo que Dios le ha hecho. Lo curioso es, que cuando nos lo concede, parece que se nos olvida rápido que es Él el que nos lo ha otorgado y ni tan siquiera nos sale un “gracias” por haberlo recibido. ¡Qué pena que en muchas ocasiones estemos despistados y no sepamos agradecerle al Señor sus beneficios, porque todo lo que Él nos da o permite es bueno, ya que procede de Él que es la eterna Bondad y misericordia! Cuando las circunstancias y las cosas no salen como las hemos planeado, pensado y pedido, enseguida decimos: “Dios no me escucha…” Él, es el que ve más allá, tenemos que agradecerle siempre, porque Él lo conoce todo.
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