03 julio, 2024 MIÉRCOLES DE LA SEMANA XIII DEL TIEMPO ORDINARIO / CICLO B
Santo Tomás, apóstol
Que santo Tomás nos alcance de Dios esta fe fuerte, recia que no necesita de ver para creer y eso nos haga felices y nos lleve a proclamar esa Buena Nueva al mundo entero
Evangelio del día
Juan 20, 24-29
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Reflexión del Evangelio de hoy
Ver o creer
Hoy la Iglesia celebra la Festividad del Apóstol Tomás, apodado Dídimo o el mellizo.
Como bien nos indica la carta a los Efesios 2, 19-22 que hoy leemos, “estamos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas”, y por eso nos vamos a detener en la figura del apóstol Tomás, sin olvidar nunca que “la piedra angular es el mismo Cristo Jesús”.
Varias son las intervenciones de Tomás en el Evangelio, pero nos fijaremos en la que se nos relata en Juan 20 la escena de su incredulidad, que tuvo lugar ocho días después de la Pascua. Sus palabras lo delatan, a la vez que en el fondo ponen de manifiesto la convicción de que a Jesús ya no se le debe reconocer por el rostro, sino más bien por las llagas «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20, 25). Tomás considera que los signos distintivos de la identidad de Jesús son ahora sobre todo las llagas, en las que se revela hasta qué punto nos ha amado.
A la interpelación de Jesús: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente» (Jn 20, 27). Tomás reacciona con la profesión de fe más espléndida del Nuevo Testamento: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28).
San Agustín comenta: Tomás «veía y tocaba al hombre, pero confesaba su fe en Dios, a quien ni veía ni tocaba. Pero lo que veía y tocaba lo llevaba a creer en lo que hasta entonces había dudado» (In Iohann. 121, 5). El evangelista prosigue con una última frase de Jesús dirigida a Tomás: «Porque me has visto has creído. Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29).
Muy acertadamente escribió el Papa Benedicto XVI: “esta frase puede ponerse también en presente: «Bienaventurados los que no ven y creen». En todo caso, Jesús enuncia aquí un principio fundamental para los cristianos que vendrán después de Tomás, es decir, para todos nosotros. Es interesante observar cómo otro Tomás, el gran teólogo medieval de Aquino, une esta bienaventuranza con otra referida por san Lucas que parece opuesta: «Bienaventurados los ojos que ven lo que veis» (Lc 10, 23). Pero el Aquinate comenta: «Tiene mucho más mérito quien cree sin ver que quien cree viendo» (In Johann. XX, lectio VI, § 2566)”.
Y nosotros ¿somos de los que necesitan ver, sentir, experimentar algo para creer o nos basta con la Palabra de Jesús?
Pues que santo Tomás nos alcance de Dios esta fe fuerte, recia que no necesita de ver para creer y eso nos haga felices y nos lleve a proclamar esa Buena Nueva al mundo entero (cf. Salmo 116).
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