
02 julio, 2025 MIÉRCOLES DE LA SEMANA XII DEL TIEMPO ORDINARIO / CICLO C
Evangelio del día
Mateo 8,28-34
En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos.
Desde el sepulcro dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino.
Y le dijeron a gritos:
«¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?».
A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron:
«Si nos echas, mándanos a la piara».
Jesús les dijo:
«Id».
Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo al mar y se murieron en las aguas.
Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados.
Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país.
Evangelio de hoy en vídeo
Reflexión
«Dios le abrió los ojos, y vio un pozo de agua»
Ciertamente esta historia del hijo que Abraham tuvo con su esclava Agar puede sorprendernos e incluso parecer poco adecuada la actitud del patriarca y su esposa, pero la Palabra de Dios nos explica que Él tiene una historia de amor preparada para cada persona, pues todos somos sus hijos. Ciertamente sería Isaac el destinado para continuar la gran Historia de la Vocación Salvífica de los Patriarcas, pero la persona de Ismael y su madre no son menos importantes y también ellos experimentan la Salvación cuando parecían ya destinados al abandono y la muerte.
Dios “abrió los ojos y vio”. Creer en Dios es esperar siempre el milagro, pequeño o imponente, que nos permite descubrir lo que Él quiere para mí y que será siempre la Vida con mayúscula. Este episodio tiene remembranzas del de Jesús y la Samaritana y ese “agua viva” que nace como manantial para la Vida Eterna.
Ojalá el Señor nos abra siempre los ojos y nos permita ver, más allá de las primeras apariencias o apresuradas interpretaciones, que el destino que Dios nos reserva para cada uno es de Salvación y de Vida.
«Desde el sepulcro dos endemoniados salieron a su encuentro»
Este texto del Evangelio de San Mateo plantea no pocas dificultades para los exégetas, pero tendríamos que ver, sobre todo, el intenso poder que el mal tiene en el mundo, en sus estructuras de poder y también en el corazón humano. En torno a él todo es muerte y desolación.
Tendríamos que distinguir entre los endemoniados que van al encuentro de Jesús y a la población que le pide que se vaya. Los primeros discuten con él, le enfrentan desde sus postulados y en el fondo dudan de sus propias oscuridades. Jesús acepta el desafío, les mira con compasión y les cura. Los demás tienen miedo y prefieren seguir viviendo con sus oscuridades, a las que están acostumbrados.
Este pasaje responde a nuestra propia realidad. Jesús pasa todos los días por nuestras vidas y no le asustan nuestras oscuridades, nuestras mediocridades y ciertamente graves pecados. Al contrario. Los encara mirando de frente a nuestras conciencias, sin inquina, pero con insistencia.
Y nosotros, ¿qué hacemos frente a la mirada de Jesús? ¿La afrontamos, miramos para otro lado… o directamente le pedimos que nos deje en paz con ese mal que en el fondo también yo he construido con mi empeño u omisión?
«El hecho es que, si el mal no tiene sentido, la forma de enfrentarse a él y superarlo puede tenerlo. Hubo un tiempo en el que el sufrimiento podía entenderse como una «prueba» que había que superar, con vistas a una recompensa, en la tierra o en la eternidad. Pero Dios no tiene nada que ver con el sufrimiento. Dios solo puede «sufrir con el hombre que sufre» y abrir caminos de resistencia al mal. La forma de afrontar las catástrofes, la capacidad de luchar contra las enfermedades mediante la investigación, contra el hambre mediante la solidaridad, contra la soledad mediante el cuidado de los demás, forma parte de esta esperanza divina. Dios es un Dios de vida que quiere darnos su reino, y el mal no tiene la última palabra.»
(Adolphe Gesché, “El mal”)
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