24 abril, 2024 MIÉRCOLES DE LA SEMANA IV DE PASCUA / CICLO B
Nuestra misión como cristianos/as es amar hasta el extremo al que nos lleve la fidelidad a su amor y mostrar a través de esa fidelidad que Dios es Padre. Porque la resurrección no es el relato de un milagro sino la fuerza imparable de un Amor Trinitario que envuelve a la humanidad y la embellece.
Evangelio del día
Juan 12, 44-50
En aquel tiempo, Jesús gritó diciendo:
«El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas.
Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre».
Reflexión del Evangelio de hoy
El grito que embellece
“En aquel tiempo, Jesús gritó diciendo”. Un relato evangélico denso, donde cada palabra nos adentra en el misterio y misión del Verbo, el compendio de su buena nueva: El, es la imagen visible del Dios invisible, la Palabra de amor y misericordia pronunciada por el Padre sobre la humanidad cuando vio que la obra de sus manos era una obra muy buena. Por eso el grito de Jesús no es tanto un grito audible. Lo que estaba compartiendo con ellos, no era una simple parábola, o un discurso cualquiera, ¿quién de sus oyentes entendería este mensaje como para predicarlo a gritos?, ni los mismos apóstoles entendieron nada. La palabra “gritó” aparece en los tres evangelios sinópticos en el momento de entregar su vida en las manos del Padre en la cruz. ¿Quién puede creer que un hombre torturado, desde el jueves en la noche, azotado, llevando una pesada cruz a lo largo de un trecho tendría fuerzas, clavado en la cruz, para gritar como un superhombre? . San Juan no menciona este grito de Jesús en la cruz, si lo menciona en el capítulo 7, 37-38 cuando invita a descubrir en El, el agua viva. El grito de Jesús tanto en los sinópticos como en san Juan es un grito Trinitario. Los evangelistas comparten la experiencia profunda de un Dios hecho carne, que asumió nuestro pecado y que murió y resucito para devolvernos la belleza original y presentarnos al Padre como su mejor trofeo. Al comenzar la cuaresma vimos como en el relato evangélico de las tentaciones Jesús, es llevado al desierto por el Espíritu, la misión de Cristo es una misión Trinitaria. El Padre le envía: “el Padre me ha dicho lo que he de decir… y sé que su mandato es vida eterna”. Es el grito del amor y la compasión. Es un grito “esencial”, está compartiendo su identidad más profunda, lo mas profundo de su ser, El y el Padre son una sola cosa, nos está abriendo el corazón y descubriendo su secreto, no da voces, habla desde el corazón fortalecido por el Padre para dar la vida hasta el extremo. “Lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre”. Es el grito “cósmico” del corazón del Verbo, que ha roto las cadenas que esclavizan al mundo. Su misión es descubrimos desde su amor hasta el extremo el rostro del Padre en El: “el que me ve a mi ve al que me ha enviado”.
Nuestra misión como cristianos/as es amar hasta el extremo al que nos lleve la fidelidad a su amor y mostrar a través de esa fidelidad que Dios es Padre. Porque la resurrección no es el relato de un milagro sino la fuerza imparable de un Amor Trinitario que envuelve a la humanidad y la embellece.
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