23 julio, 2024 MARTES DE LA SEMANA XVI DEL TIEMPO ORDINARIO / CICLO B
“El que permanece tiene vida eterna”
Es evidente que no son nuestras ideas las que van a salvar al mundo y que tampoco nosotros mismos conseguiremos salvarnos con nuestras propias fuerzas. Pidamos, pues, al Señor permanecer siempre unidos a Él, recordando siempre sus palabras, que son palabras de vida eterna.
Evangelio del día
Juan 15, 1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
Reflexión del Evangelio de hoy
Cristo me da la vida
Estas líneas exponen la tesis central de la carta a los Gálatas: la justificación es concedida a los hombres por la fe en Cristo Jesús, no por la práctica de las obras de la Ley.
La justificación está presentada aquí en dos aspectos: como una liberación (muerte) de la Ley y como una vida para Dios en Cristo.
La Ley, dice Pablo, exigía la muerte del pecador. Cristo muere por exigencias de la Ley. Los cristianos, en virtud de su incorporación a Cristo, mueren con él (con-crucificados», «con-muertos»…). Pero como la muerte de Cristo se consuma en su resurrección, así el cristiano, «con-resucita» con él a una vida nueva, que es ya la vida en Cristo.
El que permanece tiene vida eterna
Jesús repite continuamente la palabra permanecer.
La evidente comparación de la vid y los sarmientos y la realidad de nuestra pobreza y debilidad frente a la riqueza y a la vida de Dios, nos fuerzan a admitir esta gran verdad: que si no estamos unidos al Hijo, que nos comunica la vida de Dios, nuestra vida no dará frutos, ni siquiera hojas.
Pero luego, metidos en nuestros respectivos trabajos y en las prisas de la vida, todos tendemos a olvidarla. Y más de una vez nos sorprendemos intentando vivir la vida a nuestra manera y con nuestros propios recursos. O tal vez predicándonos a nosotros mismos al mismo tiempo que pretendemos dar testimonio de Cristo.
Sin embargo es evidente que no son nuestras ideas las que van a salvar al mundo y que tampoco nosotros mismos conseguiremos salvarnos con nuestras propias fuerzas.
Pidamos, pues, al Señor permanecer siempre unidos a Él, recordando siempre sus palabras, que son palabras de vida eterna.
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