MARTES DE LA SEMANA VI DE PASCUA / CICLO C

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MARTES DE LA SEMANA VI DE PASCUA / CICLO C

Pidamos el Don del Espíritu Santo. Pues, si bien ya nos ha sido dado ya en nuestro Bautismo y Confirmación, siempre podemos pedir que nos dejemos conducir cada vez más por este Paráclito, Don y Vida de la Trinidad en nosotros

Evangelio del día

 

Juan 16, 5-11

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Adónde vas?”. Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré.

Y cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado».

 

Evangelio de hoy en vídeo

 

Reflexión

¿Qué tengo que hacer para salvarme?

En los Hechos de los Apóstoles, la misión de la Iglesia aparece fuertemente impulsada por el Espíritu Santo. Así como Él se hizo presente en Pentecostés, mediante una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban los discípulos, hoy hace temblar los cimientos de la cárcel para abrir las puertas y soltar los cepos. De este modo, se muestra que todo esfuerzo humano por controlar y ahogar el dinamismo que la Pascua ha despertado en la historia es vano e insuficiente. La palabra de Dios no puede estar encadenada. Es una Palabra que libera …por fuera y por dentro…

Ahora bien, la libertad del Espíritu es serena y hace a las personas dueñas de sí mismas: no necesitan escaparse de la cárcel, porque no es una libertad egoísta que busca el propio interés. Es una libertad que desea el bien de todos. Por eso, esa libertad, propia del Espíritu, conmovió al carcelero y le impulsó a preguntar a estos hombres “liberados”: “¿qué tengo que hacer para salvarme?”. Reconoció que ellos eran testigos de algo más que unos cepos rotos: eran portadores de una dignidad más grande que una simple libertad física. Eran portadores de un mensaje de salvación. Y el que, momentos antes, tenía el dominio sobre los demás, ahora lo vemos dispuesto a escuchar, a aprender y a servir.

La libertad del Espíritu, vivida de adentro hacia afuera, siempre provoca revuelo, «hace lío», como decía el papa Francisco a los jóvenes… Y la Predicación, cuando está atestiguada por el Espíritu, y se expresa en y con esa libertad, provoca cuestionamientos, preguntas, porque sintoniza con las búsquedas y las ansias de nuestros contemporáneos… La libertad de la Palabra suscita la pregunta por la salvación… Nos preguntamos, los predicadores y predicadoras… ¿estamos siendo testigos de esta libertad interior y exterior?

Si me voy, os enviaré el Espíritu Santo

A pocos días de la Ascensión, el discurso de despedida de Jesús en el evangelio de San Juan, ubicado en el marco de la Ultima Cena, nos sumerge en una atmósfera de intimidad y cercanía. Las despedidas siempre movilizan el corazón… Pero, en honor a la amistad que une a Jesús con sus discípulos, el Maestro les hace ver que, en este caso, las despedidas abren a un bien mayor. Y, puesto que el amigo quiere lo mejor para el que ama, ellos deberían alegrarse de que Él vuelva a su Padre, así como Él se alegra de que con su ausencia física, ellos puedan ingresar en otro modo de relación con Él y con el Padre.

Es que los discípulos seguían a Jesús en proximidad física: lo veían, lo acompañaban, lo tocaban y escuchaban… Pero esto era algo que “ellos” hacían… y –como se reflejó en los sucesos de la aquella última semana en Jerusalén– no lograba ser algo muy consistente… por eso, era necesario que el seguimiento se apoyara no en sus fuerzas humanas, siempre pocas, sino en la fuerza de Dios, en el Espíritu de Dios. Era necesario que el seguimiento brotara no solo de un deseo humano, sino de un Amor divino. Solo así, con ese Paráclito en sus vidas, con ese defensor en sus corazones se podría sostener un seguimiento en fidelidad, más allá de los desafíos externos y las fragilidades internas. Solo así, desde esa fuerza interior, el seguimiento iba a ser realmente posible y el Evangelio sería anunciado por el mundo, y el Reino de Dios se iría estableciendo.

Tenemos la oportunidad de discernir y revisar nuestro seguimiento: ¿se apoya en nuestras fuerzas o en la Fuerza del Espíritu? ¿Seguimos a Jesús “carnalmente”, esto es, desde nuestros criterios, a nuestro modo y medida…? O ¿nos experimentamos guiados y conducidos por una Mano más fuerte, por caminos que no conocemos ni controlamos?

Pidamos el Don del Espíritu Santo. Pues, si bien ya nos ha sido dado ya en nuestro Bautismo y Confirmación, siempre podemos pedir que nos dejemos conducir cada vez más por este Paráclito, Don y Vida de la Trinidad en nosotros.

Fray Germán Pravia O.P. – Casa de la Santísima Trinidad, Montevideo, Uruguay

 

Parroquia Sagrados Corazones
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