
03 diciembre, 2024 MARTES DE LA SEMANA I DE ADVIENTO / CICLO C
San Francisco Javier
Presbítero jesuita y patrono de las misiones
Javier (Navarra) 7 de abril de 1506 – Isla de Sancián (Asia) 3 de diciembre de 1552
Fue un importante misionero jesuita, miembro del grupo inicial de la Compañía de Jesús y estrecho colaborador de su fundador, Ignacio de Loyola. Destacó por sus misiones que se desarrollaron en el oriente asiático y en el Japón, recibiendo el sobrenombre de Apóstol de las Indias.
Evangelio del día
El Mesías, tal como lo describe Isaías, no juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas. ¿Qué te sugieren estas dos ideas en tu vida?
Lucas 10, 21-24
En aquella hora Jesús se llenó de la alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».
Reflexión del Evangelio de hoy
Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé
La “visión” de Isaías queda completada, preciosa, con este bello texto que las comunidades cristianas eligieron para sus celebraciones litúrgicas, porque en él vieron un fiel reflejo de Jesús. Todo el texto es un bello poema aplicable a Jesús, rodeado de los dones, de las gracias ecuánimes del Espíritu. Es un texto pre-pentecostés.
No es que el profeta Isaías pensase en el Mesías, a quien también esperaba, sino que supo ensalzar al hijo del rey, esperado con ilusión por el pueblo, y que él ensalza como en sueño profético, poético, para que fuese bien recibido. El brote renovado del tronco de Jesé del que nacerá un vástago lleno de virtudes loables porque el espíritu del Señor se posará sobre él. Todos los dones del Espíritu tomarán forma y vida en el nuevo heredero del trono. Son los mismos dones que celebramos en la fiesta de Pentecostés y que los cristianos pedimos a Dios nos conceda para caminar con rectitud. Así hay verdadera continuidad entre el Antiguo Testamento y el Nuevo testamento. No hay saltos en el vacío.
Después, el desarrollo de la vida, de la vida cristiana que nos corresponde vivir, es un proceso lento, histórico, de tales dones pedidos con entusiasmo cada vez que celebramos el cierre del ciclo litúrgico de la Pascua y que comienza ahora en el Adviento y Navidad. Por eso decimos: felices pascuas; la de ahora, la navideña, y la de dentro de unos meses, la post-pascual.
La liturgia no da saltos en el vacío, sino que toda ella es prolongación de una experiencia comunitaria y personal que se inicia en el Adviento, retoma su fuerza en Cuaresma y Pascua y alimenta el tiempo llamado ordinario, que no debe de ser tal, sino tiempo de serenidad espiritual para no agotar al Espíritu que clama en nosotros ¡Abba! ¡Padre!
Tiempo, como indica el Salmo 71, en que florezca la justicia y la paz, por ser ese tiempo primaveral, de florecimiento, de exaltación gozosa porque la salvación sigue estando presente hasta el fin de los tiempos. Vista y vivida así la liturgia, vemos que hay una unidad de salvación.
Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra
El evangelista participa de esta alegría pascual en este tiempo de Adviento. Se le contagió la alegría de aquellas comunidades cristianas que fue conociendo y en las que se sentía muy a gusto. Allí pudo comprobar lo que había escuchado a Pablo en Atenas y que él, Lucas, el joven médico, recrea al escuchar a las buenas gentes que creen en Jesús, el Cristo.
Jesús, personaje alegre donde los haya, con algún momento de tristeza, también exclamó: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendido, y las has revelado a los pequeños; a los sencillos, a los de corazón abierto y acogedor, ansiosos de salvación y dicha.
Los sabios y entendidos, tan pagados de sí mismos, no necesitan nada, se bastan a sí mismos; lo saben todo. Su prepotencia los alimenta… hasta que… ¡Qué advertencia tan preclara por parte de Jesús! Hemos de tener cuidado de no ser “tan enterados”, sino más sencillos y acogedores, aunque eso no nos exime de saber lo suficiente para explicar y dar testimonio con claridad y sin envoltorios eruditos alambicados. No es de extrañar la exclamación alegre y final de Jesús: ¡Bienaventurados, dichosos, vosotros que veis lo que tenéis que ver, y oís lo que tenéis que oír con capacidad de escucha y de visión clara!
Por eso, en este tiempo de nieblas ideológicas y teológicas, sepamos exclamar y orar con sinceridad: ¡Señor, que vea! ¡Señor, que escuche bien! Amén.
Para preguntarnos: ¿De qué doy gracias a Dios con más frecuencia?
El Mesías, tal como lo describe Isaías, no juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas. ¿Qué te sugieren estas dos ideas en tu vida?
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