
11 marzo, 2025 MARTES DE LA I SEMANA DE CUARESMA / CICLO C
NOS UNIMOS EN LA ORACIÓN POR LA SALUD DEL SANTO PADRE
El Padrenuestro no se entiende en su profundidad sin su referencia esencial a Cristo que se hace oración al Padre en nuestros labios
Evangelio del día
Mateo 6, 7-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así:
“Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo,
danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal”.
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».
Reflexión del Evangelio de hoy
Siempre he escuchado aquello de que el Padrenuestro es la oración cristiana por excelencia; en este espacio me propongo considerar esta expresión en sus dos términos, a saber, oración y cristiana.
Por lo que respecta al término oración, basta constatar el contexto en que recitamos habitualmente el Padrenuestro para a este se le pueda atribuir un carácter y un sentido de fórmula ritual pronunciada asambleariamente, casi como una especie de declaración de principios. No debería parecer esto demasiado extraño si prestáramos atención a la intencionalidad eclesiástica del texto mateano, que podríamos condesar apretadamente en una frase: Mateo busca reforzar la conciencia grupal de la comunidad cristiana impetrando la idea de una convivencia social fundamentada en Dios y posibilitada por este. Un mayor análisis exegético del texto nos llevaría sin más problema a verificar que el contenido material del Padrenuestro explicita las condiciones sociales concretas de aquella comunidad primitiva.
Atendiendo al segundo término a considerar, lo de cristiana, la primera obviedad que nos viene a la mente es que la especificidad de la religiosidad cristiana es que tiene como núcleo a Cristo. Tal obviedad hace que resalte el hecho de que en la llamada oración cristiana por excelencia no aparece referencia a Cristo, al menos explícitamente. Si queremos evitar la sensación de paradoja deberemos plantearnos en qué medida pueda aparecer Cristo en el Padrenuestro, y, descartada la inmediatez, cabe buscar la posible referencia implícita. Analicemos, en este sentido, el contenido del rezo.
“Santificado sea tu nombre”. Jesucristo es la Palabra, es la promesa de Dios, la Sabiduría hipostasiada de Dios: es el Logos. Jesucristo es el nombre mismo de Dios revelado en la persona de Jesús, “de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo y en la tierra”.
“Venga a nosotros tu reino”. Jesucristo es el reino; es el reino de Dios venido a nosotros, no hay que esperar otro, pues Jesucristo incorpora en sí no sólo los valores del reino, sino la realidad misma del reino. En este sentido, reino de Dios y Dios son lo mismo.
“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Ser hijo de Dios es cumplir su voluntad. Jesucristo es el hombre que cumple perfectamente la voluntad de Dios pues se ha identificado con esa misma voluntad; su ser es hacer la voluntad del Padre. En Cristo se ha realizado la voluntad entera de Dios. Por eso es el Hijo único de Dios.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”. “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Jesucristo es la Palabra proclamada por Dios para dar aliento al espíritu del hombre; pero también ha querido ser nuestro el alimento de nuestra carne, pues al entregarse a nosotros en su misma carne nos ha mostrado que darnos unos a otros construye la humanidad que es propio cuerpo.
“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. La sanación viene de Dios en boca de Aquel que dijo “tus pecados quedan perdonados”. En la muerte expiatoria de Jesucristo el mundo queda reconciliado consigo mismo y con el Padre.
“No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”. Cristo es aquel que ora al Padre por nosotros: “Yo te ruego por ellos. […] No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad.” Pues nuestro lugar no es el mundo, no pertenecemos al mundo; pertenecemos a Cristo; y si Jesucristo venció la tentación, en Jesucristo, permaneciendo en Jesucristo, vencemos también nosotros la tentación.
¿Qué tentación? La tentación primordial, originaria: la de no reconocer más realidad que la inmediatez de este mundo, en el que al querer enseñorearnos del mismo, nos hacemos esclavos de él, sin parar cuentas de hay un cielo y un Dios que nos llama desde la profundidad y la trascendencia de nuestra vida. Es ese Dios al que Jesús nos exhorta a orar así: “Padre nuestro que estás en el cielo”.
Si damos crédito a lo aquí reseñado, en efecto, Jesucristo sí está presente implícitamente en el Padrenuestro; es más, la densidad cristológica del Padrenuestro es absoluta, hasta el punto que el Padrenuestro no se entiende en su profundidad sin su referencia esencial a Cristo que le da su sentido teológico fundamental.
Aún más, me atrevería a afirmar que Cristo no es solamente la clave significativa del Padrenuestro: es lo que hace que el Padrenuestro sea oración; de modo que el Padrenuestro es la oración cristiana porque en ella Cristo mismo se hace oración al Padre en nuestros labios.
De esto modo, se ha cumplido la profecía de Isaías: “así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía”, sino que nos eleva hacia Dios al hacernos proferir la invocación salvífica per se: Padre nuestro.
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