01 julio, 2024 LUNES DE LA SEMANA XIII DEL TIEMPO ORDINARIO / CICLO B
Las renuncias por ser fieles a seguir a Jesús, merecen la pena por lo que se consigue en nuestra realización personal, en la fidelidad a ser lo que somos, como personas humanas, como cristianos, que es en lo que se ha de fundar la felicidad, que todos deseamos.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 8, 18-22
En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de cruzar a la otra orilla.
Se le acercó un escriba y le dijo:
«Maestro, te seguiré adonde vayas».
Jesús le respondió:
«Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».
Otro, que era de los discípulos, le dijo:
«Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre».
Jesús le replicó:
«Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos».
Reflexión del Evangelio de hoy
Esto dice el Señor
Amos es un profeta de los llamados “menores”, pero se expresa con claridad y contundencia. Emplea una pedagogía que todos entienden. Los que han obrado mal, en concreto aplastando de una manera u otra a los pobres, los oprimidos e indigentes, o a los justos por serlo; o los pervertidos en el ejercicio de su sexualidad; o los que trafican con lo destinado al culto de Dios; o han acallado a los profetas -esto último aparece en el versículo 12, que se ha suprimido de la lectura-; todos ellos, serán duramente castigados, como los amorreos, “aplastados”, dice el texto.
Sin duda que este lenguaje le entienden quienes les oyen, y tiene fuerza para que eviten actuar de ese modo que merece tan fuerte castigo. Amós interpreta al Señor, al que puede hacer efectiva esas amenazas. El profeta entiende que son las amenazas, saber a qué se exponen, lo que puede conseguir que no se actúe con la maldad que precisa el texto. Y eso es lo que pretende el profeta, no definir cómo es Dios.
Atención, los que olvidáis a Dios
Los judíos no deben olvidar esas amenazas. Lo recalca el salmo responsorial, “atención los que olvidáis a Dios”, o los que escuchan sus palabras, pero a la hora de obrar lo hacen en contra de lo que Dios les dice.
Maestro, te seguiré adonde vayas
El texto parte del éxito de masas que tiene Jesús. Su palabra, sus hechos, su modo de ser ha atraído a muchos hacia él. ¿Qué buscaban en Jesús? ¿Simplemente estaban fascinados por él? ¿Les gustaba su proyecto de vida? ¿Buscaban el poder curativo de Jesús? La de un leproso, la del criado del centurión, la de la suegra de Pedro, preceden en el texto evangélico a este movimiento general de unirse a él.
Sería el momento de aprovechar la coyuntura del éxito para multiplicar los seguidores. Pues, no: es el momento en que Jesús avisa con claridad de las exigencias de su seguimiento: no tiene nada que ofrecerles, ni siquiera una casa donde recibirles; es además una opción radical, ni siquiera los lazos familiares, filiales, de tanta dimensión humana, -en aquella sociedad más que en la nuestra de hoy-, han de prevalecer sobre su seguimiento. Jesús no es un político, un populista, que por rodearse de seguidores -de votantes- ofrece paraísos en la tierra. En esa línea, en otros momentos a los apóstoles les avisó de lo que le esperaba de persecución, hasta la muerte, del fracaso de su causa, que les dejaría a ellos sin la persona que les había congregado, y se dispersarían. Tampoco ellos quisieron entenderle.
Es un aviso que el cristiano no debe olvidar. Seguir a Jesús no lleva al éxito económico, ni social, ni a la comodidad de quien no se compromete con causa alguna. No podemos engañarnos, Jesús no nos engaña.
Lo que no impide que el seguimiento de Jesús esté impregnado de atractivo. El atractivo de la bondad, de la búsqueda de la verdad de lo que somos cada uno, los demás y el Dios de todos, y, por lo tanto, de encontrar sentido al vivir… Y con ello la felicidad de las bienaventuranzas. Felicidad humana, honda, que llega adonde somos lo que somos, nuestro interior. Nunca total, como no lo es nuestra bondad, ni alcanzamos la verdad plena.
Las renuncias por ser fieles a seguir a Jesús, merecen la pena por lo que se consigue en nuestra realización personal, en la fidelidad a ser lo que somos, como personas humanas, como cristianos, que es en lo que se ha de fundar la felicidad, que todos deseamos.
Interiorizar esto puede que sea lo que nos pide la Palabra de Dios que escuchamos en la eucaristía hoy.
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