Hace tiempo que la política ha dejado de ser el arte de lo posible para convertirse en el enfrentamiento constante. Nos empujan a elegir entre bandos y a cargar con etiquetas excluyentes. No hay escalas de grises; solo el blanco o el negro.
Creo que quienes estamos en política, y tenemos el don de la fe, debemos crear un terreno propicio para el consenso y el diálogo. Hemos sido llamados a apagar fuegos, no a crearlos. Algo que debemos hacer con esa paz que no nace del pacto cómodo, sino del amor que incomoda.
Jesús no se atrincheró. No blandió banderas ni exigió fidelidades ciegas. Se movió entre los extremos, entre publicanos y fariseos, construyendo puentes. Y eso es lo que debería ser la política: el lugar propicio para las alianzas y no la crispación.
La fe no puede ser una estrategia. Es la razón para caminar entre cenizas y rescatar lo que todavía arde bajo el humo. Nos toca encarnar esa revolución serena que no grita, pero cala. Y demostrar que, por encima de cualquier etiqueta, está la fe. Esa que sabe que la verdadera política no es la de los eslóganes, sino la del rostro del otro.
Si alguien nos pregunta de qué lado estamos, que quede claro: del lado de la paz, el consenso y la concordia, aunque nos cueste todo. Como a Él.
Saúl Núñez Amado
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