07 diciembre, 2024 GRUPO JOVEN SAGRADOS CORAZONES
GRUPO JOVEN SAGRADOS CORAZONES
La vergüenza es una de esas emociones que incomoda una y otra vez. Se hace fuerte y cobra cuota de protagonismo en la adolescencia, cuando casi todo nos avergüenza: nuestro cuerpo, nuestras reacciones, nuestro origen, nuestros padres… incluso nuestros amigos si nos hacen parecer impopulares. Pero el reto no acaba ahí pues la vergüenza regresa, con distintos matices, en muchas otras situaciones de la vida.
Hay algo así como una “vergüenza del mal hecho”. Y es que nos avergüenzan las equivocaciones cometidas, nuestras respuestas inadecuadas, el daño que causamos. Sentimos esta vergüenza como la angustia de que alguien sea testigo de nuestros propios fallos, limitaciones y defectos. La mirada del otro no me provoca todavía preocupación por su sufrimiento, es cierto, sino temor porque me vean –y yo mismo me vea– como defectuoso. Sin embargo, dicha vergüenza nos hace reconocer que nuestras acciones tienen consecuencias y que, por tanto, somos responsables de ellas. Y así podemos madurar.
Pero hay otro modo de avergonzarse que es incluso más interesante de notar. Es la “vergüenza del bien que no haremos”. Resulta que, en ocasiones, hacer el bien nos da miedo; concretamente, lo que más miedo nos da es amar. Porque nos asusta quedar a la intemperie, permitir al otro escuchar lo que sentimos, exponernos demasiado, desafiar el modo en que hemos visto quererse a los nuestros. Porque nos aterroriza colocarnos demasiado cerca, escuchar lo que siente el otro, perder el control, desbordarnos y rompernos. Porque nos acobardamos al pensar que alguien puede tener la llave de nuestra fortaleza interior, que podemos no ser correspondidos, que nos pueden herir. Porque nos estremece ser incapaces de amar bien, sentirnos ridículos, pasarnos, o ni siquiera atrevernos a llegar.
Dicho esto, por supuesto que hacen falta un cierto pudor y una sana sensatez en el amar. Pero a veces la vergüenza, cuando está mal orientada, genera importantes inhibiciones y cortapisas para hacer el bien de forma madura. Por vergüenza tendemos a evitar situaciones en las que nos vemos como defectuosos; a actuar con un perfeccionismo excesivo para precavernos de la posibilidad de fallar; a convertir las limitaciones en signos de superioridad; a protegernos para no sentirnos humillados; a inventarnos una identidad que no tenemos; a negar que lo que nos pasa es simplemente que nos sentimos avergonzados.
Pues bien, tal vergüenza es también fruto de la angustia. Por eso nos defendemos de ella. ¿Cómo? Dejando de hacer el bien, desertando de amar. Y así, al principio podemos escaparnos de este miedo. Pero a la larga quedará entumecida nuestra capacidad de amar y hacer el bien.
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