Hay ocasiones en que resulta muy difícil encontrar las palabras adecuadas. Quizás porque es prematuro hablar, o porque no hay una visión completa, o porque hablar en caliente distorsiona el juicio, o porque simplemente lo más prudente es callar ante el dolor y el desconcierto. En el caso del desastre desencadenado en València y otras zonas de nuestro país en los últimos días, la dificultad se debe a una mezcla de todos estos motivos. Sin embargo, ¿acaso es posible quedar callados ante semejante catástrofe?
Sobre el enorme drama humano planean varias sombras: un evento climático extremo, un fallo en los sistemas de alerta temprana, una ordenación del territorio defectuosa y una ineptitud política para estar a la altura de las circunstancias. ¿Alguna luz en medio de tanta sombra? Quizás la solidaridad espontánea y la muestra de afecto y apoyo que tantas personas anónimas han mostrado, revelando lo mejor del ser humano.
Por delante, queda la tarea de seguir buscando a los seres queridos desaparecidos, apoyar económicamente a los damnificados y acompañarlos psicológica y espiritualmente en los próximos meses. Las pérdidas humanas nunca pueden ser plenamente compensadas. Ojalá su recuerdo sea estímulo para aprender a vivir de otro modo.
Jaime Tatay, sj
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