24 octubre, 2024 GRUPO JOVEN SAGRADOS CORAZONES
GRUPO JOVEN SAGRADOS CORAZONES
Dios y las fronteras del pensamiento
Ninguna palabra puede jactarse de agotar su misterio. No hay concepto, idea o locución que defina con perfecta exactitud su realidad. Tanto en el lenguaje como en el pensamiento, el ser humano experimenta la presencia de una frontera infranqueable cuando quiere hablar de Dios.
Uno de los grandes dramas del cristianismo es ignorar la existencia de esta frontera. Cuando decimos «padre», «todopoderoso», «creador» no estamos circunscribiendo con nuestros labios el perímetro de Dios. Creer que sí es una impureza involuntaria de la que sólo nos puede librar la brasa ardiente de Isaías (Is 6, 6-7).
De igual forma que el garabato de un niño sólo acierta a esbozar rasgos esquemáticos y balbucientes de un paisaje campestre —con su montaña, su río y su sol— así, nuestra reflexión teológica y nuestras invocaciones litúrgicas, con sus esbozos y esquemas, permanecen a una distancia infinita del misterio divino que anhelan concebir y celebrar.
Cuando tarareamos una canción sabemos la diferencia existente entre el sonido precario que profiere nuestra boca y la música sublime que interpreta la orquesta sinfónica sobre la escena del auditorio. Hay en el misterio de Dios —y en todas las cosas divinas— algo de una música inefable que jamás podremos interpretar en el escenario de la vida temporal. Carecemos de instrumentos, y los que tenemos, no los tocamos suficientemente bien.
Pero podemos tararear. Y hay algo maravilloso en el tarareo, porque, a pesar de su simplicidad y linealidad, logra evocar en quien lo escucha el timbre, la armonía, el color y hasta la rica complejidad de una música que nos alegra y nos resulta familiar. Como una mosca choca con un cristal, así nuestro lenguaje y nuestro pensamiento tropiezan siempre con la frontera intraspasable del misterio de Dios. No obstante, la trasparencia del cristal.
Pedro Castelao
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