11 octubre, 2024 VIERNES DE LA SEMANA XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO / CICLO B
Evangelio del día
Lucas 11, 15-26
En aquel tiempo, habiendo expulsado Jesús a un demonio, algunos de entre la multitud dijeron:
«Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios».
Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo:
«Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín.
El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.
Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar, y, al no encontrarlo, dice:
“Volveré a mi casa de donde salí”.
Al volver se la encuentra barrida y arreglada.
Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí.
Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio».
Reflexión del Evangelio de hoy
El justo por la fe vivirá
Los primeros años de la Iglesia, son tiempos de ir profundizando en la verdad del Evangelio, de ir depurando aspectos que se apartan de su espíritu. Uno de ellos, es el tema de la exigencia de cumplir la ley judía como condición para poder salvarse, planteada por la corriente judaizante dentro del cristianismo incipiente. La manera en que Pablo abordará este tema, será fundamental para abrir los horizontes de la Iglesia a una vivencia más fiel a la centralidad del mensaje cristiano: es la fe en Cristo la que salva y no la ley.
Si los judíos defienden la necesidad de ser hijos de Abrahán, para poder salvarse, Pablo nos muestra a Abrahán como el testigo de la fe, que ha recibido la promesa de ser padre de todas las naciones y nos abre así así al universalismo de la fe que en Cristo Jesús, es ofrecida a todos, judíos y no judíos.
Es más, la salvación ha llegado a nosotros a través de Cristo. Es Él, a través de la entrega de su vida, por su muerte y Resurrección, quien nos ha abierto el camino de la Vida, de la Salvación. ¡Todo gratis!
Pero cuánto nos cuesta aceptar esta dinámica de la gratuidad y cuantas veces vivimos un seguimiento de Jesús y una espiritualidad que se desliza por la pendiente de los “merecimientos”, de intentar “dar la talla”, de “ganarnos” el Amor, cuando es precisamente todo lo contrario. ¡Por pura Gracia hemos sido salvados!
Si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, es señal de que el Reinado de Dios ha llegado a vosotros
En el evangelio de hoy Jesús entabla un largo debate con aquellos que quieren acusarle, y que son incapaces de ver en su acción bondadosa y liberadora hacia las personas, la acción misma de Dios.
Pero si algo nos habla de presencia de Dios, es precisamente descubrir a nuestro alrededor y en nosotros mismos signos de transformación, de crecimiento que sólo son han podido ser posibles por la fuerza de su Presencia. Todo lo que es bueno en nuestra vida, siempre proviene de Él, es don suyo, es Gracia que nosotros acogemos.
¿Cómo me sitúo yo ante los signos de liberación que ocurren en mí y a mi alrededor? ¿Soy capaz de reconocerlos y agradecerlos o me cierro a ellos? ¿Puede acogerlos como don de Dios?
Pero al mismo tiempo, somos conscientes, y Jesús no hace caer en la cuenta de ello, de la presencia del mal en nuestra vida; y que este mal se manifiesta en la división que provoca allí donde actúa. Una división que nos hace vivir en ruptura con nosotros mismos, con los otros, con la creación y con Dios. Una división, que poco a poco va minando, destruyendo nuestra vida. Es este mismo mal el que nos impide ver con lucidez, el que empaña nuestra vista y nos hace mirar las cosas, las personas, la realidad desde la óptica del poder, la sospecha, la desconfianza, la sensación de amenaza, el miedo, actitudes tan extendidas en nuestra sociedad de hoy que nos llevan a “demonizar,” como les pasó a los detractores de Jesús, todo lo que se sale de nuestras leyes, modos de pensar y formas de ver la vida.
Por eso, el Señor, no dice con fuerza: “El que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge, desparrama”. Porque hay caminos incompatibles: o nos dejamos engañar por la seducción de la tentación de querer “ser como dioses” que nos aleja de nuestro ser verdadero o estamos dispuestos a vivir en dinámica de apertura a la Gracia de Dios, a su amor infinito y nos dejamos transformar por Él para poder transitar el camino liberador que conduce a la Reconciliación, a la Paz y a la Vida.
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